El dylanismo es una religión de máximos, así que a sus acólitos no se les conocen límites en el trascendental ejercicio de la veneración. La publicación de una caja de 27 cedés (27 cedés: han leído bien) con la estricta totalidad de grabaciones disponibles sobre una gira completa, desde la primera hasta la última de sus fechas, es objetivamente una hipérbole desaforada, incluso para los estándares en los que nos movemos con los practicantes de esta fe compleja, fascinante e inabarcable. Desde que hace ya más de tres décadas Robert Zimmerman concediera barra libre para la difusión y comercialización de sus archivos, con aquel maravilloso The bootleg series Volumes 1-3 (Rare & unreleased) 1961-1991, cualquier colección de dimensiones desaforadas es susceptible de ser superada por alguna desmesura posterior. Y si en el arte del mamotreto creíamos haberlo todo después de que la gira de 1975 The Rolling Thunder Revue –ya documentada en el álbum clásico en vivo Hard rain (1978) y, de manera mucho más exhaustiva, en el quinto Bootleg– fuese objeto hace cinco años de una caja con la nada desdeñable cantidad de 14 discos, ahora comprendemos al fin que todo aquello era pecata minuta. Ya lo ven: el fabuloso y mayúsculo empacho que ahora nos ocupa supone duplicar lo que en su día, incluso desde la prudencia del catador experimentado, creíamos un exceso insuperable.

 

¿Necesitaba el mundo una integral dylanita con 431 cortes que representan la práctica totalidad de notas pulsadas a lo largo de una gira que se prolongó durante 30 conciertos y a lo largo de 42 días? Honestamente no, incluso aunque el esfuerzo económico para seguir ejerciendo el completismo en nuestra gigantesca estantería por la letra B (o por la D) sea en este caso proporcionalmente comedido, en torno a los 130 euros. Pero admitiendo la evidencia, y es que nos llevará un buen puñado de semanas completar la escucha pormenorizada y sistemática de semejante avalancha de grabaciones, lo cierto es que la trascendencia histórica, musical y sentimental de este nuevo tesoro es muy elevada. En primer lugar, claro, porque el material sobre el que estamos hablando es valiosísimo y de una calidad superior. Y en segundo, porque sus dimensiones permiten ejercicios comparativos en cualquier otra circunstancia inimaginables, y bien se sabe que Dylan, en una práctica que nos fascina y a veces también exaspera, nunca ha consentido interpretar dos veces la misma canción de una manera idéntica.

 

Todo este ingente material que ahora ve la luz proviene de la trascendental gira en la que Bob y sus amigos de The Band se embarcaron entre el 3 de enero de 1974 (Chicago Stadium) y el 14 de febrero, cuando la expedición llegó a término con la segunda fecha en The Forum de Inglewood, California. Aquellos conciertos por el grueso de la geografía estadounidense, con el añadido de cuatro noches canadienses (dos en Toronto y otras tantas en Montreal, del 9 al 12 de enero), levantaron una expectación colosal por tratarse del regreso del bardo a los escenarios después de que su accidente de motocicleta de 1966 le condujera a un extenso periodo de reclusión. Así pues, hablamos de un episodio decisivo en la biografía de Dylan y que hasta ahora conocíamos a través de Before the flood, el maravilloso doble elepé de 1974 que siempre figura, con toda lógica, en las clasificaciones con las mejores entregas en directo de todos los tiempos. Before the flood nació de estos archivos a los que ahora se nos da acceso, por lo que de las 431 interpretaciones solo debemos contabilizar 417 inéditas. De hecho, hay que esperar hasta que la expedición desembarca en el Madison Square Garden neoyorquino (discos 17 a 19) para encontrarnos con la primera toma aprovechada para nutrir aquel doble álbum en vivo del que ahora celebramos su quincuagésimo aniversario.

 

Conste en acta que el artefacto aún podría haber sido mucho más pantagruélico, puesto que se ocupa monográficamente del repertorio de Dylan y excluye los tramos de las actuaciones en los que el protagonismo recaía en Robbie Robertson, Garth Hudson, Richard Manuel, Rick Danko y Levon Helm: recordemos que Before… aportaba siete lecturas sensacionales de clásicos de The Band, desde The weight a The night they drove old dixie dowm o Up on Cripple Creek. Pero nos enfrentamos, insistimos, a un menú casi inabarcable y en el que hemos de optar por el empacho de la carta al completo o por el picoteo y la degustación. Ya avisamos de que, en cualquiera de los casos, nuestras glándulas salivares habrán de trabajar a destajo.

 

Lo más fascinante, en cualquier caso, es corroborar el grado de ardor, implicación, visceralidad, coraje y sustancia con que el trovador de Duluth se aplica en este momento de su trayectoria, en el esplendor de aquellos 32 años ya aprovechadísimos. Y también resulta esclarecedor cómo el sonido de aquel engranaje fabuloso va evolucionando desde la tosquedad de las primeras fechas a la impecable carnalidad de las comparecencias finales, cuando la máquina se muestra ya tan engrasada que cada interpretación es un felicísimo festín. También se nos hacen irresistibles las comparaciones de los repertorios, la evolución de aspectos tan determinantes como el tema de apertura, que acabaría siendo las más de las veces Most likely you go your way (and I’ll go mine) en lecturas aceleradas y furibundas, pero que durante las dos primeras noches fue Hero blues (!) y, en un puñado de ocasiones, Rainy day women #12 & 35.

 

Era la primera vez que Dylan abordaba una agenda de pabellones, enfrentándose cada noche a audiencias en torno a las 18.000 personas, y esa circunstancia, junto a aquel largo barbecho de ocho años apartado del escrutinio público, propició un repertorio casi siempre amable con el gran público (¡asómbrense, dylanitas!) y bien nutrido de eso que podríamos considerar “grandes éxitos”. De hecho, la representación de Planet waves, el delicioso y minusvaloradísimo elepé en estudio de aquel año, también con The Band como músicos de acompañamiento, es francamente exigua, por más que el álbum vio la luz el 17 de enero, en mitad de la singladura. Con todo, escudriñar en las primeras lecturas de Wedding song, Tough mama y, sobre todo, Forever young supone un ejercicio adorable, puesto que el aire cotidiano, relajado y doméstico de aquel trabajo se aleja mucho del chisporroteo eléctrico que solía provocar la confluencia de The Band con su mentor.

 

En definitiva, hay aquí muchísima tela que cortar, así que a ninguno de los valientes expedicionarios por esta avalancha de grabaciones le faltarán motivos para la emoción, la curiosidad, la sorpresa y la caza de disparidades. Un entretenimiento, ya saben, que en el caso de Robert Allen Zimmerman podría darnos para una vida entera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *