Hace ahora cuatro décadas, mucho antes de que nadie hubiese oído o pronunciado el término “empoderamiento”, ya teníamos a Chrissie Hynde. La irrupción de esta muchacha de Ohio que había asomado por Londres para buscarse las habichuelas representa uno de los episodios más fabulosos y relevantes a los que asistimos en aquel cambio de década. Ella no era ya una chavalita (en este 2021 ha adquirido la condición de septuagenaria) ni abundaban las muchachas enfundadas en chupas de cuero en un entorno tan eminentemente masculino como el del punk. Pero Hynde llegaba mucho más allá de la pose, la furia y el ruido. No era solo actitud, sino también fogonazo. Por eso se antojan tan relevantes estas revisiones de sus dos primeras entregas, que soplan 40 y 41 velas reconvertidas cada una en triples cedés, con empacho de caras B, maquetas, rarezas, inéditos y, sobre todo, grabaciones en vivo para saciar la curiosidad de los más exigentes.

 

Siempre se tuvo a Pretenders (1980) y Pretenders II (1981) por primos hermanos, lo cual es cierto, lógico y evidente, ya desde sus propias portadas. También se tiende a considerar que el álbum de debut es la obra maestra y su sucesor, esa secuela que, aun manteniendo espléndidamente el listón y el tipo, se queda un paso por detrás en casi todo. La reescucha de ambos valida el diagnóstico (sobresaliente y notable alto, si queremos pasar ambas entregas por el tribunal), pero la contextualización que aportan las cuatro horas largas de material de archivo permite extraer una enseñanza nada menor. En 1980 Pretenders ya era un grupazo, pero un año más tarde se comportaba como una auténtica apisonadora.

 

La evolución en ese proceso de engrasar la máquina resulta evidente cuando desembocamos en el tercer cedé de Pretenders II, ese Live at the Santa Monica Civic que constituye un tesoro lo bastante deslumbrante como para justificar por sí solo la pertinencia de estas dos cajas preciosas por fuera y por dentro (y diseñadas en formato de elepé, para quien desee hacer cábalas sobre si le caben en la estantería). Esos 78 minutos registrados el 4 de septiembre de 1981 junto a la costa californiana son un despliegue de sudor, sin duda, pero también de sabiduría. Y ahí, en el equilibrio entre la rabia y la melodía, en la visión panorámica de aquella mujer demasiado compleja como para circunscribirse solo en una corriente, radica la clave por la que Pretenders cambian el rumbo de la historia del rock femenino.

 

La visita a Santa Mónica es huracanada, corajuda, valiente, de relevancia altísima. Representa la más alta cota en el trabajo del fabuloso James Honeyman-Scott, al que perderíamos en junio de 1982 por sobredosis. También sirve para entonar la despedida de Pete Farndon, el bajista, despedido por sus excesos con las drogas y también fallecido por idéntica causa en 1983. Todo ello empaña la memoria de estos inicios, sin duda, pero la herencia se antoja colosal. Más aún si redescubrimos la sensacional The English roses, un original de Hynde relegado a humilde cara B, precisamente en esta versión en directo, para I go to sleep. O la fiesta de despedida a costa de Higher and higher, el clasicazo de Jackie Wilson. 13 de los 18 cortes de Live at the Santa Monica habían aparecido en un inencontrable elepé promocional de 1982; para el común de los mortales, en suma, nos encontramos ante un rutilante estreno.

 

Por lo demás, dejémonos llevar por el merecido entusiasmo que genera este tándem iniciático. Había más repertorio colateral con Pretenders que en Pretenders II, por hacer bueno el dicho según el cual dispones de toda tu vida para el álbum de debut y de solo un año para el segundo elepé. Las demos de ambos trabajos son curiosas y las visitas a la BBC, fantásticas pero de sonido irregular. Y caras B como Porcelain y, sobre todo, Cuban slide, profusamente utilizada en los directos, bien merecen este regreso a aquel Londres turbulento, pero palpitante, de 1980.

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