Hay muchísima tela que cortar en este disco de minutaje convencional (10 canciones, 44 minutos) y alcance estratosférico, en vista de que cada corte parece apuntar en direcciones divergentes y el caleidoscopio resultante ofrece una vista panorámica fascinante del pop británico de nuestros días. Los nombres compuestos pueden atragantársenos a la hora de la memorización, pero con Dougall es imprescindible realizar el esfuerzo: en la década pasada fue integrante de las Pipettes –aquel trío inspirado en las bandas femeninas de los sesenta– y antes de lanzarse en solitario se convirtió en habitual de Mark Ronson (búsquenla en los créditos de Record collection) y colaboradora de Rufus Wainwright, lo que da buena idea de que no nos enfrentamos a una artista precisamente menor. Pero tras dos trabajos solistas alentadores (el más reciente, Stellular, muy sintetizado, espacial y de cierto impacto popular), ha acertado con una colección que debería servir como refrendo, porque da idea de un talento versátil, magnético y, por momentos, abrumador. El tema central, por ejemplo, es un medio tiempo tan redondo que debería triunfar en las radios de medio mundo; WordlesslySomething real son fantásticas baladas etéreas, la última con un cierto aire a Pink Floyd; That’s where the trouble started podría figurar entre los mejores sencillos de la historia de ‘Til Tuesday; Echoes (¿otro guiño floydiano?) entronca con el tecno-pop de última generación y los juegos armónicos en Take what you can get o la sensacional Simple things nos colocan en la misma división que Eleanor Friedberger: la de la canela fina. Rose Elinor es hermana de Tom Dougall, guitarrista con TOY, otra de las bandas en estado de gracia durante este 2019. Y sí, entran ganas de sentir envidia. Y de sospechar que Rose es dueña de una cabecita muy privilegiada.

 

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