Una historia alentadora, y más para estos tiempos. Cuatro chavalas universitarias de Cincinnati (Ohio), harta de que sus compañeros masculinos les hagan de menos, se alían bajo el nombre de The Ophelias y graban un primer disco (2015) bajo los estrictos parámetros de la autogestión. Frente al escepticismo de las mentes estrechas, resulta que aquel debut ya evidencia los suficientes atractivos como para que la banda comience a rular por el circuito independiente y un músico acreditado de la ciudad (Yoni Wolf, de Why?), pegue el chivatazo a su propia discográfica, Joyful Noise, para que esta segunda entrega “ophélica” se registre ya en condiciones mucho más idóneas. Y aquí está el refrendo, un disco breve (no llega ni a la media hora) y encantador que apuntala un universo mucho menos cándido de lo que sugeriría ese arte gráfico de frutas y golosinas infantiles. The Ophelias sacan provecho a un par de sutiles paradojas. Podrían parecer propensas a un sonido muy “indie”, pero una de sus cuatro componentes, Andrea Gutmann Fuentes, se consagra al violín y el piano, lo que otorga un contrapeso más acústico y de alguna manera camerístico. Y alternan argumentos de regusto sombrío con un irrefrenable amor por los guiños pegadizos, con lo que no podemos refrenar las ganas del contagio. Sucede con claridad en las dos primeras piezas de la colección, la brevísima y adorable “Fog” y la muy adictiva “General electric”, con uno de esos motivos sencillísimos de teclado que se adhiere a la memoria hasta que no podemos dejar de canturrearlo. Pero quizá el mejor ejemplo de canción-triste-pero-alegre termine resultando “O command”, que bajo su amargura (“Haces lo que no quieres hacer”) encierra todo el sabor del pop más intenso.