Los jóvenes cachorros y demás aprendices del rock alternativo deberían colocarse este disco en bucle y prestar atención con lápiz y libreta, como quien toma apuntes durante una clase magistral. Les resultará una inmersión muy provechosa, seguro, y los 33 escuetos minutos que comprenden estas diez canciones garantizan casi un par de escuchas a la hora. La historia de los neozelandeses The Chills es azarosa y atípica. En los años ochenta lideraron el sello Flying Nun y el llamado “sonido Dunedin”, con algunas perlas difíciles de igualar (“Pink frost”, “Heavenly pop hit”), hasta que los problemas de salud le complicaron la vida de muy mala manera a Martin Phillips. Los subsiguientes 19 años de silencio discográfico no remitieron hasta “Silver bullets” (2015), de manera que esta colección implica el definitivo regreso a la normalidad, a la consecución de una aceptable velocidad de crucero para unos cincuentones a los que el tiempo no ha restado facultades pero sí enriquecido con una visión más ácida y lúcida de las cosas. “Time to atone”, “Lord of all I survey”, “Scarred” o el tema central son píldoras de vitamina pop reconcentrada; piezas tan inmediatas, contagiosas y pletóricas que cualquiera las aceptaría como fármaco frente a las dentelladas de la vida cotidiana. Phillips se ha vuelto sardónico y define este puñado de pequeñas maravillas como “una especie de ‘Tapestry’ de Carole King para punks entraditos en años” y “un álbum de consolidación, aceptación y mortalidad”. “Tapestry” y “Snow bound” se parecen, en efecto, en que nadie en su sano juicio suprimiría una sola de sus canciones. En cuanto a los punkies añejos, no se asusten: piensen más en la herencia gloriosa de Go-Betweens, Green on Red o los primeros REM. Lo dicho: un manual escolar para nuevos indies.

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