El reino de Young Gun Silver Fox no es de este mundo. Nos consta que Andy Platts y Shawn Lee son dos seres humanos aún razonablemente jóvenes y coetáneos a nosotros, y en los créditos de este Ticket to Shangri-La se refrendan las sospechas de que ha sido concebido y grabado a lo largo de 2022, pero cualquiera que se lo encontrase sonando en el dial lo fecharía, sin titubear, en torno a 1979. Así son las reglas del juego para este tándem feliz de vivir refugiado en su microcosmos rigurosamente analógico, un universo paralelo en el que los códigos binarios son inconcebibles, la electrónica pertenece al territorio de la ciencia ficción y los Doobie Brothers lideran con What a fool believes las listas de éxitos de medio mundo.
Cuesta casi creer en la misma existencia de un proyecto de esta naturaleza, pero ya ven que la lista de novedades todavía nos ofrece motivos para la esperanza. YGSF representan un anacronismo aún mayor que el de la otra banda –Mamas Gun– de ese geniecillo hiperactivo llamado Andy Platts. Los Gun se aferran al soul de ojos azules, pero el dúo que ahora nos ocupa barre todo el espectro que media entre ese soft pop que bendijo las ondas medias estadounidenses a aquel adult oriented rock que recibía todo tipo de mofas públicas y bendiciones en privado. En este sentido, la cuarta entrega de estos siameses del buen gusto añejo reporta escasas novedades respecto a sus antecesoras, porque lo contrario supondría casi traicionar la propia naturaleza vintage del proyecto. Piensen en la música que sonaba en Área Reservada, el programa clásico del añorado Antonio Fernández en Radio 3, y acertarán.
La sorpresa no está tanto en constatar una evolución desde Canyons (2020), apenas apreciable salvo por un mayor número de piezas más rápidas, como en refrendar el altísimo porcentaje de aciertos en la escritura de Platts, firmante de la inmensa mayoría del material y asentado en un territorio en el que parece conocer hasta el último de los vericuetos. Sierra nights, por ejemplo, calca la línea de bajo de Rikki don’t lose that number (Steely Dan) para enhebrar un canto a la amistad, que su autor dice “inspirado en Don Quijote y Sancho”. Suena un poco rebuscado, pero no deja de alegrar que el ascendente cervantino alcance incluso las plácidas tardes de salitre y brisa marina en la Costa Oeste.
Con independencia de los influjos literarios, lo más gozoso con Ticket… es completar ese juego de parecidos razonables con aquellos discos estupendos que tanto les gustaban a los hermanos mayores. El funk ligero de West side jet remite a los Kool and The Gang apaciguados de In the heart, la apertura con Still got it goin’ on pasaría sin grandes dificultades como una reencarnación de Toto y Simple imagination nos hace pensar en la época más comercial de George Benson, la de Lady love me (One more time). Y, en caso de perdernos con este divertimento de los referentes, siempre podemos recurrir a las casillas con seguro: America (o David Crosby en solitario), Bread, Boz Scaggs (Starting wars) y, sobre todo, Daryl Hall & John Oates, que habrían grabado sin rechistar una joya como Winners.
Son las ventajas de dirigirnos a Shangri-La, paraíso imaginario donde reinan la paz y la armonía, donde podemos sonreír sin temor a los sobresaltos. Ni a los reguetones, claro. No todo iban a ser disgustos.
Me encanta que alguien de tu categoría como crítico musical se acuerde de Antonio Fernández, maestro de tantos oyentes.
Muchas gracias, Jesús. Claro que conviene recordar a los grandes difusores radiofónicos de la buena música, qué menos. Un abrazo.