Puede que una parte significativa de la parroquia de Quique González haya acogido con desconcierto este proyecto junto al poeta Luis García Montero, al que no se le conceden honores solo como letrista, sino paridad en el tratamiento de portada. No quiere ser Las palabras vividas solo un disco de textos ilustres y brillantes, sino la intersección misma entre la lírica y la canción de autor, una asociación paritaria de dos firmantes que, perteneciendo a disciplinas y generaciones distintas, se profesan recíproca admiración y respeto. Todo ello puede resultar inusual e inesperado, en efecto, y es razonable que un sector del gonzalismo no necesitara esta digresión literaria y brumosa, un cancionero que asume ya de partida su condición de rara avis y sabe que, con la perspectiva de los años, será conceptuado como paréntesis y rareza. Pero parece admirable que nuestro madrileño cántabro, conocedor con creces de los resortes que espolean a su público desde aquel ya no tan cercano 1998, se atreva a cambiar el paso y perderse por los márgenes del camino, a moldear un experimento que le ha quedado íntimo, absorto y –dentro de su especificidad y de algún momento más átono– lo bastante sugerente como para aplaudirlo y agradecerlo. Las palabras… sirve para González como oxigenación después de Me mata si me necesitas (2016), un álbum tan aplaudido como sobrevalorado, una colección solo irregular en la que la inspiración y la sinceridad descarnada alternaban con el terreno trillado, la previsibilidad y la rutina. Aquí, con sus aciertos y algún resbalón que otro, contamos como mínimo con el valor del revulsivo. A la manera de lo que Kamikazes enamorados (2003) supuso en los primeros pasos de su trayectoria, Quique vuelve a enarbolar aquí una aventura en torno a la desnudez sonora; solo que, frente a la parquedad de aquel cuarto disco, ha sabido escoltase esta vez por el gran violinista Diego Galaz, hombre del folclor y productor lo bastante versátil y sutil como para mantener el pulso acústico, minucioso y delicado de esta entrega: pequeña, preciosa, detallista en su dimensión estrictamente sónica. El segundo gran mérito del elepé consiste en que García Montero haya hilado poemas ex profeso para él, pensándolos ya como canciones y no limitándose a autorizar el uso de poesías previas y nunca concebidas con intencionalidad musical. De esa conciencia de su destino sonoro nacen algunas de las mayores hermosuras del lote, en particular esa deliciosa y entrañable Bienvenida (saludo a la vida para la recién nacida hija del cantautor) o la más animosa El pasajero, además de la emblemática La nave de los locos o la arrastrada y crepuscular Las nuevas palabras. No es disco de digestión inmediata ni propicia los juicios unánimes, pero Las palabras vividas le viene muy bien a Quique González para apartarse de la zona de confort, para repensar y redescubrirse.
No podría haber descrito mejor lo que pienso de este disco. Abrazo fuerte!
Lo estoy escuchando ahora y debo admitir que me encanta. Quique en acústico es fenomenal,y las letras son bellas. Buena combinación.