Sí, yo también creí en los Strokes. Y no solo en los de Is this it (2001), como todo el mundo, sino también a lo largo de los cuatro álbumes restantes, con particular gusto por aquel Comedown machine que muchos vieron en 2013 como una enfurruñada obligación contractual (empezando por esa portada que no quería pasar de etiqueta con el nombre de la discográfica, RCA, en letras gigantes). Pero de aquella cada vez más ecléctica conjunción entre rock y ritmos bailables proviene el aliento de Julian Casablancas para un juguetito, The Voidz, que después de entregar este segundo artefacto ya nunca podremos ver como un mero pasatiempo.

 

Virtue se despliega ante nuestros oídos a lo largo de 15 canciones y casi una hora; es ambicioso, complejo, irregular, espasmódico, ocurrente y, un poco por todo ello, seductor y apabullante. Casablancas sigue resultando extrañamente fascinante con esa voz metálica y perezosa que parece emitir entre dientes, y Leave it in my dreams constituye una apertura encantadora y adictiva que bajo la marca Strokes sería un exitazo. Pero a partir del segundo corte queda claro que a The Voidz les encantan las probaturas, las salidas de tiesto, un eclecticismo a veces desenfocado pero casi siempre adorable. Por eso QYURRYUS es una marcianada disco-punk con aires morunos que puedes adorar u odiar, incluso ambas cosas a la vez.

 

My friend the walls parece una intersección entre Radiohead y The Drums, Think before you drink sirve como dulce paréntesis acústico que parece grabado hace medio siglo y la preciosa Lazy boy recupera el medio tiempo como sinónimo de perfección pop. Casablancas es o se ha vuelto disperso, lo que quizá desasosiegue a alguno de sus gerifaltes discográficos. A nosotros, en el fondo, nos encanta.

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