Uno de los primeros y mejores cortes en el nuevo álbum de Miles Kane puede que resuma bien la percepción que él mismo se esté formando sobre su propia evolución como artista en solitario. Se titula The best is yet to come y esa frase hecha tanto en inglés como en castellano, “Lo mejor aún está por llegar”, le encaja al dedillo a un autor que alcanza con este su quinto trabajo y a cuyas entregas pueden reprochársele pocas cosas dentro del britpop de filiación más clásica, rotunda e impoluta, pero que no parece dar el salto que va de la simple presencia en la primera división al merodeo por los primeros puestos de la tabla.

 

La intuición indica que ese impulso hacia un reconocimiento masivo tampoco va a producirse con One man band, álbum amenísimo y luminoso cuando echa a dar vueltas sobre el giradiscos, pero conservador en su propia concepción, poco amigo de las sorpresas y sin grandes variaciones sobre logros previos de Kane. En realidad, el único amago en cuanto a modificaciones relevantes en el guion ya tuvo lugar el año pasado con su excelente Change the show, título en sí mismo elocuente que encerraba un cambio en el espectáculo por la vía del pop con pajarita y las apelaciones al sonido de la Motown. Pero ahora, el aprendizaje por la vía de Marvin Gaye vuelve a dejar paso al magisterio beatlemaniaco, más por el lado de Lennon que por el de McCartney, en un afán evidente por recuperar esa inmediatez cristalina y rabiosamente británica con el que el de Merseyside presentó sus credenciales en los tiempos de Colour of the trap (2011) y, sobre todo, de Don’t forget who you are (2013).

 

El problema, en cualquier caso, proviene de que no se advierte no ya evolución sino tampoco superación en el expediente del antiguo líder de The Rascals, que aquí parece sobre todo empeñado en abastecerse de algunos cuantos estribillos espídicos, poderosos y bien musculados para su manejo en festivales. Y lo consigue, sin duda, sobre todo en lo referente al inmaculado póker de apertura –Troubled son, The best is yet to come, One man band y la chuleta y muy saltarina Never talking me alive–, pero no tanto en otros cortes que parecen enclavados en el manejo rutinario de la escuadra y el cartabón. Como el trío de despedida, con Doubles, Heal y, sobre todo, ese Scared of love, tan anodino que parece incluido solo para cubrir la vacante de baladas.

 

Hablamos, ojo, de un álbum luminoso al que, en momentazos como Heartbreaks (The new sensation), se le nota el buen pulso en la producción de James Skelly, el líder de The Coral y primo del propio Kane. Pero frente al ingenio de la futbolera Baggio –único guiño a la herencia del northern soul– y la excelencia de Ransom, que no desentonaría en la línea más madura y menos gamberra de los mejores Blur, queda la duda de si en otros momentos (The wonder) el bueno de Miles no se habrá dejado puesto el piloto automático. Quizá le haría mucho bien nuestro protagonista en remitirle con urgencia el enlace de escucha de Ransom al wasap de su gran amigo Alex Turner, a ver si ambos pueden reeditar su espléndido proyecto paralelo The Last Shadow Puppets. Es un revulsivo que esta “banda de un solo hombre” agradecería como el mejor de los regalos.

 

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