Tiene algo de mágico y prodigioso el catálogo internacional del sello Acuarela, integrado tantas veces por bandas inverosímiles y seguramente inviables sin la intercesión benefactora de la escudería madrileña. Sin duda, tal es el caso de los escoceses The Zephyrs, un quinteto adorable que llevaba una docena larga de años sin dar señales de vida fonográfica (más allá de un huérfano single en 2018) y que recorre un espectro sonoro amplio y muy rico en matices, aunque casi siempre gravitando en torno al rock independiente de los noventa.

 

Stuart Nicol es un compositor taciturno con voz monótona y emoción siempre creciente a la hora de articular sus páginas, como comprobará cualquiera que se acerque a maravillas como Bolder. El sexto trabajo de la banda abre fuego con el tormento guitarrero de Leatherback, una pieza que parece salida del local de ensayo de los Crazy Horse, pero enseguida se escora hacia la dialéctica de las grandes bandas de Edimburgo o Glasgow con las cuatro piezas inmediatamente posteriores, en origen concebidas como un EP en torno al invierno. No solo son espléndidas, contemplativas y empapadas en un aire de elevadísima humedad relativa, sino que deslizan entre medias un inopinado instrumental, December, que Tarantino o David Lynch están ya tardando en descubrir. ¿Y cómo no acordarse de Big Star cuando la primera mitad del disco llega a su culmen con Blue in the face?

 

La sensación de que la banda opera desde el más absoluto desprecio a las prisas, como con su raquítico ritmo de publicación, se acentúa en una cara B de piezas más extensas y a la vez parsimoniosas, donde la tristeza tiene algo de alucinógeno y distópico (el cierre de Aliens, con larguísimo epílogo guitarrero final) y las alusiones al country alternativo se hacen evidentes en casos como How have you been today. Entre medias, la trompeta de Will Bates y los chelos ocasionales de Adam Shaw aportan pinceladas ocasionales de pop de cámara, una característica que vuelve a acercar For sapphire needle a su genealogía escocesa frente a los pasajes más propios de una formación angelina.

Oscuros pero melódicos, intensos pero predispuestos a la empatía (I tell you what), The Zephyrs cumplen un cuarto de siglo como unos perros verdes con poca fortuna y muchísimo encanto. Son tipos infrecuentes y alejados de casi cualquier radar, pero a los que deberíamos prestar atención de inmediato.

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