Ayns, habría que confesarlo en algún momento, antes o después. Y por qué no ahora, por aquello de las rebajas y las cuestas de enero. ¿Quién podría negarle el encanto a estas baratijas? Estas cajitas de cinco discos suelen encontrarse a precios módicos, a veces escandalosamente ridículos. La que nos ocupa no sobrepasó el desembolso de 4 euros, si no derrapa la memoria: a razón de 4 céntimos por canción. ¿A alguien se le ocurre mejor transacción que esta?
Porque no hablamos de primarkismo, ojo: estas colecciones de EMI apenas incluyen información, pero al menos sí los autores y el año de las grabaciones. Suenan fantásticamente bien. Y son rematadamente caóticas –de Roxy Music a MC Hammer, con escalas en Dave Edmunds, Ike & Tina o Maxi Priest–, pero en ese delirio estriba una parte del atractivo: abarcan de lo excelso a lo hortera, con abundantes escalas en pecados culpables, one hit wonders y otras hierbas.
La selección está limitada por los artistas de la escudería editora, claro, y es probable que algunos temas (American pie, You sexy thing, I’m gonna be–500 miles) ya figurasen en cuatro o cinco lugares distintos de nuestras estanterías. Cierto, cierto. Habrá quien decida, ante la evidencia del placer presuntamente contraindicado, hablar con su terapeuta sobre su gusto por el caos en grandes proporciones. Es una opción, pero no la mejor, que pasa por relajarse, desistir de cables cruzados, subir el volumen. Porque la mañana extensa y desordenada que puede acarrearnos un delirio de estas dimensiones, tarareando desde Dr. Feelgood o The Knack o KC & The Sunshine Band, no nos la va a quitar nadie…

 

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