Spanien no es un disco esencial, desde luego, pero sí sustancioso. Un álbum entre circunstancial e histórico, por su condición de grabación casi sobrevenida a raíz de una visita del cantautor asturiano a Berlín Este en febrero de 1977, cuando recibió una invitación para participar en el Festival de Canción Política junto a Inti Illimani, Il Canzionere del Lazio y demás exponentes ilustres del rojerío internacional. Nadie tenía previsto registro fonográfico de nada, pero llegó el ofrecimiento de un álbum político para el mercado alemán y Víctor Manuel San José se lo ventiló, ágil y con muy buena manufactura, en apenas unas horas y con la escueta compañía del flautista Miguel Vercher y de Juan Cerro encargándose de las segundas guitarras.

 

Rareza entre las rarezas dentro de la producción del emblemático artista, el de Mieres ha accedido a rescatar y oficializar esta joya relativamente ignota, aunque muchos de sus seguidores pata negra sí que habían conseguido su ejemplar en los circuitos de la segunda mano. La calidad del sonido es muy aceptable, a Víctor se le nota cómodo y relajado, con un oficio sideral frente al micrófono, y el repertorio está muy condicionado por las circunstancias del momento. Aunque, desde luego, emblemas como Planta 14, Asturias (prohibida en España hasta solo unos meses antes) y Cómicos no saben de edades: seguirán sonando lozanas y eternas cuando ninguno de nosotros pueda ya escucharlas.

 

Cuenta San José que a día de hoy, y más entre las generaciones jóvenes, muchas de las piezas reunidas en Spanien requerirían para su plena comprensión de unas notas al pie más extensas que sus propias letras. Así sucede con Nadie nos niegue el derecho, sobre el referéndum para afrontar la elaboración de la Constitución (que no se refrendaría en las urnas hasta diciembre de 1978) o Veremos a Dolores, en torno al entonces todavía pendiente regreso de La Pasionaria para “caminar las calles de Madrid”. Marcelino es un homenaje, como es obvio entre quienes le recuerden, al dirigente de Comisiones Obreras Marcelino Camacho, pero no resultará tan evidente al escuchante medio que El paisano no es un guaje cualquiera, sino el pseudónimo con el que se conocía al dirigente del PCE Horacio Fernández Ynguanzo.

 

Todo tiene ese punto entrañable, cándido y combativo de una época muy determinada, aquella en la que aún se podían abrazar los ideales del comunismo como un sinónimo de libertad frente a la pesadilla de 40 años de historia a sangre, fuego, generalatos y sotanas. Luego llegarían los desengaños, pero Víctor, justo en el año que celebra su cumpleaños número 75, nunca renegará de un izquierdismo lúcido y sereno que le honra. Desde esa óptica cobran más sentido pequeñas perlas olvidadas como ¡Ay, qué risa!, monumento al escepticismo frente a los regeneracionistas que adquiere la forma de un chotis bufo. O Al presidente de Chile, Salvador Allende, que celebraba la figura del líder asesinado –por si se nos habían olvidado los horrores de las dictaduras militares– a partir de los versos de Alberti.

 

Tiene gracia que, en esta edición al fin española, restaurada y definitiva, los recopiladores hayan querido incluir la traducción del texto original en alemán que acompañaba a los ejemplares de 1977. “Una inflación del 25% y un paro crónico, que afecta aproximadamente a un millón de españoles, resumen la situación económica. La consecuencia es un tenso clima político”, resumía para el comprador local el texto de W. Gruner. Cuatro décadas y media después, y pese a las evidentes mejoras políticas, sociales y económicas, escuece pensar que aquellas frases remotas siguen sonándonos hoy terriblemente cotidianas.

 

A Víctor Manuel le pagaron una muy buena cantidad por este disco, solo que en marcos alemanes, que hubo de pulirse (con mucho esfuerzo) comprando cámaras fotográficas y homenajeándose con opíparas comidas. Todo presenta un aire extemporáneo y pintoresco en lo que rodea a Spanien, antesala de aquel notable y olvidadísimo 10 con el que el cantautor terminaría abandonando las filas del sello Philips. Asombra pensar que, mientras rasgueaba la guitarra en Marchemos o No quiero ser militar, a Víctor Manuel San José le faltaban menos de dos años para publicar su obra magna, el bellísimo Soy un corazón tendido al sol, con el que abordó una segunda juventud artística que a día de hoy, a los 75, continúa vigente.

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