Lo más curioso en el caso de Warren Zevon es que algunos, puede que bastantes, conocimos antes al autor que al personaje. Muchos andábamos enamoradísimos de las canciones que le había prestado a Linda Ronstadt, Poor poor pitiful me, Carmelita, Hasten down the wind y (la mejor de todas) Mohammed’s radio, antes de descubrir que Zevon había emprendido también trayectoria en nombre propio y que todos esos temas figuraban en su álbum homónimo de 1976, que muchos confundían con su debut (en realidad, existía otro muy anterior, de 1969, que tampoco merece demasiado la pena).

 

A la altura de 1982, el siempre vitriólico trovador de Chicago andaba inmerso en las peores encrucijadas personales, ahuyentando el fantasma de las adicciones sin conseguir aventarlas del todo. Quizá por eso The envoy ha quedado en la memoria colectiva como un álbum menor y algo huérfano, antesala de cinco años de silencio en los que el bueno de Warren William se sumergiría en las peores tinieblas. Pero no parece que el diagnóstico sea el más ponderado, repasando la lista de este cancionero que a día de hoy sigue mereciendo mucho la pena redescubrir.

 

La furia pertenecía a Ain’t that pretty at all o The envoy, mientras cada cara del vinilo culminaba con sendas baladas, Let nothing come between you y Never too late for love, para avalar que nuestro hombre también era en el fondo un tierno y un sentimental. Y a eso debemos sumar al menos dos piezas pintoresquísimas, la frágil y onomatopéyica The hula hula boys y esa especie de oración entre dientes por la memoria de Elvis Presley, Jesus mentioned, en la que el propio autor confronta sus problemas con las drogas con los del propio Rey del rocanrol.

 

Warren era un tipo grandioso, un observador ácido que pasó un verano en España, fue compañero de piso de Lindsey Buckingham y Stevie Nicks y en 2003, consumido por un cáncer incurable, sacó fuerzas de donde no le quedaban para dar forma a una de las despedidas más estremecedoras que se recuerdan, The wind. Escucharle en la última canción de aquel trabajo postrero reiterar en perfecto español aquello de “Tú eres el amor de mi vida” era una invitación al escalofrío que nunca podremos olvidar. Que el viento no se haga nunca con su recuerdo, ni con el de discos, como The envoy, mucho más sustanciales de lo que en alguna ocasión llegamos a pensar.

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