Después del éxito creciente, sostenido, imparable y finalmente viral de Sinmigo, una canción afortunadísima sobre la generosidad con la otra persona cuando la llama del amor se ha extinguido, al bueno de Miki Ramírez no se le ocurrió nada mejor que publicar el que habría de convertirse en su álbum de consagración, Cortocircuitos, apenas unas pocas semanas antes de la debacle pandémica y la prolongada aniquilación de toda actividad artística. Fue una auténtica mala pata, porque en aquel quinto elepé se incluía Cabecita loca, otra joya con potencial para eternizarse en la memoria colectiva, pero Mr. Kilombo ha pasado estos últimos cuatro años reordenándose la vida y la cabeza, aparte de lidiar con ese ecuador vital que siempre termina siendo la dichosa crisis de los 40, que él, hijo de la generación del Naranjito, hubo de abordar en 2022 por más que su aspecto eternamente risueño, jovial y predispuesto a la concordia le quite un buen porrón de años cada vez que cualquiera se atreve a calcularle la fecha del DNI.
Y el resultado de todo ese batiburrillo de vivencias, emociones, trasiegos y vaivenes resulta ser, en efecto, Todo este caos. Una crónica de evolución, crecimiento y catarsis, un mejunje sonoro para bien en el que Kilombo, más que cambiar de piel, se somete a una deseable exfoliación. Y en el que, puestos a darle una vuelta al calcetín, ha cambiado hasta de oficina con la misma predisposición cordial que en su todavía mayor éxito: hola a SonDe3 y adiós a su Eo! Música de siempre, la misma agencia de El Kanka o El Jose, de la que se despidió con el abrazo del agradecimiento y las buenas vibraciones.
Al final, bien se ve, confluyen el Miki ciudadano a pie de calle y el Kilombo artista en lo alto de las tablas, porque en este míster no hay pliegues, dobleces, trampas ni cartones, sino bonhomía y esa predisposición a la buena vibra que en su caso no es palabrería ni postureo, sino la esencia misma. Todo este caos hace bueno su título y su ideario y se erige en un álbum felizmente desordenado y, en última instancia, muy disfrutable por su propia espontaneidad de aluvión. Porque el madrileño ha vertido en él ternura, dudas, anhelos, bloqueos mentales y ambiciones hasta erigir un conglomerado por el que desfilan productores varios y donde siempre, siempre, acaba la sonrisa venciéndole a las incertidumbres.
Ramírez ha interiorizado tanto sus amados ritmos latinoamericanos que los asume y procesa a su manera, con ese gusto por lo sui generis que se ha acabado evidenciando como parte sustancial del ADN. Aborda el pellizco de la cumbia a la kilombeña con El resto puede esperar, adopta poses de salsero en Palabrería, se enfrenta a las incertidumbres del oficio y el valor de la amistad y las esencias más irrenunciables con En peligro de extinción, enamora con frecuencia y no desfallece nunca. Y, sobre todo, le encuentra el envés a Sinmigo con la memorable Ambivalencia, prodigio de sensibilidad y candor en torno a esas incertidumbres inherentes al nuevo amor cuando la memoria acumula y más de uno y de dos desengaños.
Este sexto elepé puede encerrar algo de desorden, ciertamente, pero representa también un ejercicio de franqueza a pecho descubierto. Y, qué demonios, Todo este caos es solo canción de autor…, pero nos gusta.