Nadie espera a estas alturas que Franz Ferdinand nos cambien la vida, pero sí que nos la alegren. Y en ese sentido, este esperadísimo regreso después de siete años de sequía discográfica representa un éxito irrefutable. El quinteto de Glasgow no pretende una gran revolución en su biografía, pero estas 11 nuevas canciones representan a buen seguro el lote estilísticamente más variado que han logrado empaquetar a lo largo de estas dos décadas de próspera existencia. Y sirven para orillar el poco fructífero legado de Always ascending (2018), un antecesor algo recargado de sintetizadores que –ahora lo comprendemos con mayor nitidez– dejó escasa huella en nuestra memoria porque andaba más bien escaso del mayor activo que siempre ha enarbolado la banda: un ramillete de temazos redondos, directos al mentón y óptimos en su minuciosa manufactura.

 

The human fear alude genéricamente a esos temores, angustias, sinsabores, incertidumbres y desvelos que acechan de manera inevitable al ser humano y que aportan a las nuevas cuartillas de Alex Kapranos una evidente pátina de melancolía y hasta desazón. Los archiduques del rock escocés regresan así a su sonido más canónico, sin demasiado interés por captar la atención de la generación Z con piruetas estilísticas fingidas o desmadradas. Lo más sorprendente, en términos de influencias, apunta de hecho justo en la dirección contraria, puesto que Kapranos apunta al rebetiko tradicional y a sus raíces familiares griegas para Black eyelashes, con repiqueteo incluido de buzuki. Pero el jefe de filas no ha perdido el olfato para los ganchos instantáneos, y de ahí que abra boca con ese Audacious que abrazarían sin un atisbo de dudas en el puesto de mando de Tears for Fears. Y que remite, en consecuencia, a los Beatles por los cuatro costados.

 

Hay misterio y carga de intensidad dramática en los claroscuros de la excelente Night or day, de la misma manera que la negrura acaba sumando puntos en Bar lonely o Everydaydreamer, con su demoledora línea de bajo y esos sintetizadores expectantes. Y encontramos la maravillosa sorpresa de Tell me I should stay, donde el piano resuena como si estuviésemos atrapados en una vieja mansión hasta que una especie de reggae ligero se hace con el mando de la situación para poner rumbo a unas filigranas melódicas en la línea de Brian Wilson.

 

Nunca habíamos escuchado algo parecido en un álbum de los Ferdinand, y ese redoblado amor por el eclecticismo hace de The human fear una entrega nada revolucionaria, pero siempre encantadora. También cuando se vuelve más descaradamente tecno, como con Hooked, de donde se extrae el título del álbum. Es imposible aburrirse con un disco así; ojalá pudiésemos decir lo mismo siempre.

 

 

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