Sealhenry Samuel siempre acreditó una habilidad innegable y envidiable para conjugar el soul ligero y de amplio espectro con otros sonidos provenientes de la cultura de club y orientados a las pistas de baile, pero la amplitud de su abanico nunca fue tan amplia como en este segundo elepé. Publicado en 1994 con el mismo nombre homónimo que el debut de 1991 (lo que explica que a menudo se aluda a él como Seal II, aunque en puridad el título es Seal, a secas), el trabajo era excelente y se convierte ahora en muy merecedor de esta reedición, que, además de la consabida remasterización, aporta un segundo cedé con 16 cortes adicionales apasionantes, entre cortes inéditos, versiones alternativas que nunca habían visto la luz (y que difieren una enormidad de las oficiales conocidas hasta ahora) y rarezas aparecidas en álbumes o maxisingles dispersos. Para los más entusiastas y audiófilos, un tercer disco aporta una mezcla en ecualización Atmos.
Víctima del vértigo de aquel debut exitosísimo y fulminante, este hijo de nigeriano y brasileña invirtió tres años en ordenar y clarificar sus ideas, sobre todo en lo relativo al sonido, intencionalidad y producción que debían presentar las nuevas canciones. Después de sesiones frustrantes y pasos en falso, Seal llegó a la conclusión de que quien mejor le comprendería iba a seguir siendo Trevor Horn, copartícipe de los fugaces y decisivos Buggles (Video killed the radio star), artífice de Frankie Goes To Hollywood y reinventor de Yes en los tiempos de Owner of a lonely heart. Horn supo entender mejor que nadie que en las páginas de Seal también latía la obra de un cantautor (Fast changes), lo que de hecho explicaba la absoluta devoción que el británico sentía por Joni Mitchell. Que la canadiense acabase asomando por el estudio para compartir If I could es una de esas confluencias que nadie habría pronosticado de antemano ni remotamente.
En realidad, hay muchos factores azarosos en este segundo elepé, que echó a andar al ralentí, con cifras y acogida mucho más modestas que su hermano mayor, y acabó eclosionando en 1995 cuando el director Joel Schumacher acertó a escoger Kiss from a rose para los créditos finales de Batman forever y ese mismo corte acabó conquistando los Grammy a mejor grabación y canción del año. Lo gracioso, según descubrimos ahora, es que nuestro protagonista disponía de una maqueta con esa canción desde 1987 y no se había atrevido a enseñársela a nadie porque consideraba que tenía cadencias de madrigal isabelino y que era “basura”. Otro motivo para estarle eternamente agradecido a Horn, aunque a cambio deslizase algún artefacto sobreproducido (I’m alive).
El álbum se abría ya con el vigor de Bring it on, en el que aparecían nada menos que Wendy & Lisa, socias habituales de Prince. Pero sobre todo no olvidemos el impacto del otro prodigio de la entrega, aquel Prayer for the dying que no acabó de cuajar como primer sencillo, porque era una pieza demasiado lenta y tristísima sobre las víctimas del sida, pero que el tiempo coloca entre las melodías más magistrales de la década. Y aprestémonos a descubrir los tesoros ignotos que afloran en esta edición conmemorativa. Además de muchas tomas alternativas, encontramos una canción que no llegó a publicarse nunca, Reality, y que cualquier otro artista habría suspirado por tener en su repertorio. Es probable que Seal y Horn la acabasen encontrando redundante con ese sonido de bajo orondo por el que el primero se ganó abundantes alusiones a “un artista negro que suena a Peter Gabriel”, pero a nadie le habría molestado en la selección final.
¿Más sorpresas? Sin duda, la versión a piano solo de Dreaming in metaphors, que, además de emocionantísima, deja al descubierto la fijación jonimitchellista de su firmante. Y añadamos un puñado de cortes que salieron en álbumes colectivos, tiradas especiales o bandas sonoras y que, en consecuencia, son difíciles de localizar. El mejor, claro, la versión junto a Jeff Beck de Manic depression (Jimi Hendrix), aunque la recreación de Fly like an eagle, el clasicazo de la Steve Miller Band, también tiene su gracia. Y no olvidemos el peculiar Love is powerful, un single rockero de 1993 que solo conoció edición japonesa y que marcó el divorcio de Seal con el productor Nick Launay antes de regresar a los brazos de Trevor Horn.
Hay, en consecuencia, mucho que reescuchar y redimensionar aquí, ahora que conocemos junto al trabajo original una hora larga de contextualización. Los tres Grammy que en total acumuló este segundo Seal no eran fruto de la casualidad, sin duda, solo que ahora podemos disfrutar y comprender mejor la obra que cuando éramos (tempus fugit) 30 añazos más jóvenes.