Es probable que Pachi García Alis haya asumido a estas alturas que difícilmente vaya a engrosar la lista de artistas de gran éxito popular, en vista de que ese salto a la primerísima división comercial no se ha producido a lo largo de toda una trayectoria que suma ya una decena de álbumes. En todo caso, y aunque Fracciones no vaya a modificar esa dinámica consolidada, he aquí un puñado de canciones concebidas con ánimo de atrapar, conectar y conmover. Porque el de Baeza define aquí un ejercicio de sofisticación sonora y de exhibición talentosa como pocas veces en sus tres lustros de trayectoria, convencido de que el pop es chispa pero también filigrana y arquitectura minuciosa.
Más que en ninguna otra ocasión en el pasado, el músico Pachi García ha querido someterse aquí al escrutinio de ese productor pulcro, severo y refinado que es Alis. Nunca antes García había mimado tanto su propio sonido ni se había escorado de una manera tan evidente hacia el microcosmos de los sintetizadores, empeñado en sacarle brillo a ese mismo arsenal que hacía fortuna en tocadiscos, cadenas de música, radios y discotecas hace ahora justo cuatro décadas, cuando él, hijo de la generación del 75, era todavía un mocoso que escuchaba con avidez insaciable todo lo que surgía del dial. Porque la producción de Fracciones es pomposa e intencionadamente engolada y nostálgica, y busca abrumar nuestros pabellones auditivos como por entonces conseguían Pet Shop Boys, Depeche Mode (atención a Estoicamente vivo), Soft Cell y, de manera muy especial, los noruegos A-Ha. O, si queremos analizarlo desde un punto de vista español, el siempre muy rococó Tino Casal, pero también Mecano y hasta aquel José María Guzmán de los tiempos de Cadillac.
Por eso amortigua aquí Alis su característico manierismo vocal para amoldarse a la causa máxima del estilo ochentero, a esa especie de muro de sonido de aquel synth pop que arrasó en su momento, pareció envejecer de mala manera y ahora mismo podemos reivindicar con toda la naturalidad y desparpajo, porque pretendió siempre hermanar el acceso al gran público con la excelencia. Y puede que esa compatibilidad entre lo comercial y lo artísticamente sólido suponga el mayor motivo de nostalgia para Alis y, en realidad, para tantos y tantos integrantes de aquella generación que creció escuchando números 1 de radiofórmula que producían adicción y no bochorno.
Por todo lo dicho, Fracciones juguetea sin titubeos con el vocoder (en Seguro de suerte, por ejemplo), pero ni se plantea la posibilidad del autotune. Es tarareable, pero nada endeble ni enclenque; y tan sagaz y juguetón como para desvelar al final de La hiedra que lo que parecía pop grandilocuente encerraba, en realidad, una rumbita sabrosa. Hay momentos muy desorbitados y rotundos, como El muro de los estúpidos. Ejemplos de pasión sostenida que estalla en éxtasis, en el caso de El hombre libre. Y hay un aldabonazo instantáneo, adictivo, con la autoparódica Canción de mierda, donde imagina los reproches que le dirige una pareja ante otra de sus jornadas eternas en el estudio de grabación.
No sabemos cuánto de inspirado en hechos reales está el relato, igual que en algunos casos Pachi ha recurrido en exceso a sus historias de despecho hacia compañeras que fueron y ya no son. Pero, por lo que a nosotros respecta, nos encanta que siga echando horas y horas frente a los micrófonos y la mesa de mezclas. Fracciones es esa constatación, evidente, de que no desaprovecha el tiempo.