La vulnerabilidad es un grado. Angelo de Augustine -muchacho de voz tenue, casi agónica- sabe que vivir es sufrir, porque así les sucede desde siempre a los chicos ultrasensibles. Y reacciona ante un descalabro sentimental, circunstancia habitual para el común de los mortales, con una colección de canciones titulada “Tumba”, por si no quedaba clara la dimensión del quebranto. El disco, digámoslo ya, es por entero fascinante. De Augustine, que ya había destacado sobremanera en las filas del “lo-fi” con su obra anterior (“Swim inside the moon”, 2017), reacciona a los estímulos con un estilo pianísimo, pero muy enfático. Porque “Tomb” encierra dolor, sin duda, pero también luz, renacer, positividad: la tragedia como antesala de un atisbo de optimismo. Alumno aventajadísimo de Sufjan Stevens, de cuyo sello discográfico se erige en exponente, Angelo también puede recordar a Bon Iver (esa manera de bifurcar su propia voz, de escucharle casi permanentemente por partida doble) e incluso a David Kitt, como resulta evidente si reparamos en esa elemental caja de ritmos que adorna, es un decir, “I could be wrong”. Todo sucede “sotto voce” en este álbum, de instrumentación íntima e ínfima, pero extraordinariamente hermosa (piano, algún teclado, guitarras acústicas), y de palabra susurrada, contrita. El efecto, sobre todo en momentos cumbres (“Tomb”,”Kaitlin” y, no digamos ya, “You needed love, I needed you”), resulta estremecedor. El pupilo de Sufjan consigue que, en comparación, un álbum como “Carrie and Lowell” pudiera parecer expansivo. Pero el viaje de las tinieblas al consuelo y, en último extremo, la esperanza que representan estas 12 canciones constituye el primer gran hito del nuevo año. Esperemos dos semanas aún para la edición física, imprescindible en un caso así, pero bendigamos el “streaming” mientras tanto.