Quienes quieren retratar a Margo Price como una nueva musa vaquera del country-rock van bien encaminados, pero se quedan cortos. La inquietud es una constante irrenunciable en una trayectoria que comenzó bajo la tutela de Jack White, recurrió a Sturgill Simpson de cara a su magnífico tercer elepé (That’s how rumors get started, 2020) y ahora diversifica aún más su caleidoscopio sonoro de la mano de Jonathan Wilson, uno de esos geniecillos angelinos acostumbrados a mirar el mundo que le rodea con ojos plurales y curiosos.
Y así sucede que Strays termina convirtiéndose en varios discos en uno, en la magnífica paleta de colores de una mujer orgullosa y corajuda que puede parecer una fiera intersección de Cindy Lauper y Sheryl Crow para el enrabietado tema inaugural, Been to the mountain, y transitar el largo sendero que desemboca en Lydia y Landfill, los dos acústicos, sosegados, sutiles y casi espectrales con los que pone punto final a esta aventura. De la furia a la nostalgia –y hasta la hipocondría, sí–, en el exiguo margen de tres cuartos de hora.
La nueva jefaza de Illinois vuelve a demostrar su predicamento con los Heartbreakers, y, si en el antecesor recurría a Benmont Tench, es ahora Mike Campbell quien afila su guitarra para Light me up. No son Stevie Nicks y Tom Petty en aquel descomunal mano a mano de Stop draggin’ my heart around, pero nos vienen enseguida a la memoria. Y la mera evocación ya es pura elocuencia. Como también emociona descubrir que Radio, a medias con la no menos ilustre Sharon Von Etten, actualiza las mejores enseñanzas del pop-rock femenino que dejaran sentadas The Bangles casi cuatro décadas atrás.
Así sucede con Strays, un disco de vocación tan clásica que se propone la sorpresa y la distinción en cada uno de sus 10 cortes, seleccionados con un férreo empeño de evitar la redundancia. Price puede ser sensual o cándida, circunstancial o intensa, pegadiza o ensimismada. Pero nunca irrelevante. Por eso quiere que la escuchemos desde distintos ángulos, todos ellos sustanciosos. No podían faltar las alusiones a la carretera (County road), que para eso partimos de una tradición musical tan polvorienta como la portada. Pero también hay que haber escuchado a los Beatles (tamizados por la vía de Jeff Lynne) para acabar escribiendo Anytime you call y compartiéndola con las amigas de Lucius. Imposible aburrirse con un disco así, siempre tan trepidante en sus cambios de ánimo.