No parece tarea sencilla que la banda sonora para un proyecto teatral o escénico, en este caso el espectáculo homónimo del circo sueco Kompani Giraff, se convierta en un elepé “típico” para una banda de pop, pero el séptimo elepé de Beirut también puede disfrutarse como una obra conceptual e independiente que, con las mismas, aborda temáticas siempre llamativas e insólitas. Cierto que hablamos de Zach Condon, un hombre que nunca se ha ceñido ni a las normas ni a las pautas aceptadas de manera más o menos universal en la música de consumo, como demostraba el hecho de que su anterior obra (Hadsel, 2023) era una desnuda colección de bocetos para órgano de iglesia en torno a la soledad y el ensimismamiento. En comparación con aquello, A study of losses equivale a una gran fiesta del mejor folk de cámara que podemos imaginarnos. Y si el disfrute se prolonga por espacio de casi una hora (la versión en vinilo ocupa tres caras, mucho mejor aún.
Un álbum que alza el telón con un instrumental titulado “Desapariciones y pérdidas” no está llamado a irrumpir en las radiofórmulas, ciertamente. Menos aún si reparamos en el detalle de que ese Disappearances and losses consiste únicamente en cuatro notas largas y sostenidas en la más pura tradición de un Harold Budd. Es solo el primero de los siete títulos sin palabras diseminados por toda la obra; en lo que se refiere al formato de canción, Forest encyclopedia (insistamos en la fascinación que nos producen títulos y líneas argumentales) sirve para entrar en materia con todas las grandes constantes de la obra, desde la voz a modo de plegaria a los coros celestiales, las partes tarareadas y la singularidad tímbrica que aporta el tañido del ukelele.
Así se las gasta nuestro amigo Zach Condon (Santa Fe, Nuevo México, 1986), un compositor diferente a casi todo que aquí tan pronto nos habla de una isla del Pacífico desaparecida en torno a 1840 (Tuanaki atoll) como divaga en torno al envejecimiento, la arquitectura o el placer incomparable de los grandes tesoros literarios. Y que en los movimientos más camerísticos, como la serie dedicada a distintos mares (hasta un total de seis: Mare Crisium, Mare Imbrium, Mare Serenitatis, Mare Humorum, Mare Nectaris, Mare Tranquilillitatis), demuestra un bagaje neoclásico muy digno de asombro. El primero de ellos, sin ir más lejos, se lo podríamos atribuir al portugués Rodrigo Leão con la casi plena convicción de que estábamos acertando en la apuesta.
Son las cosas de Condon, un autor elegante hasta el deslumbramiento. Reparemos en Villa Sacchetti y su elegancia de pajarita, ese aire de distinción sublime para –pongámonos en lo mejor– acompañar alguna escena decisiva de Sorrentino. Las características trompetas no aparecen hasta la mencionada Tuanaki atoll, con ese aire ternario que siempre evoca de algún modo al este de Europa, y sirven de antesala a un Mare Serenitatis en el que el cuarteto de cuerdas se embarca en un minimalismo ligerísimo, como de esa primera luz mañanera que parece encerrar un tenue mensaje de esperanza.
En toda esta tesitura, es normal que tanto Caspian tiger como Guericke’s unicorn fuesen los únicos adelantos, porque solo estos dos cortes se parecen remotamente a lo que entendemos por un single. El primero es una balada lentísima y solemne en la que el acordeón marca siempre la pauta, mientras la caja de ritmos del unicornio nos traslada al pop electrónico más afable que Orchestral Manoeuvres in the Dark fueron capaces de patentar sus buenas cuatro décadas atrás. Zach juega en otra división, pero a estas alturas del partido sus oyentes bien que nos merecíamos el ascenso.