Dios, Bryan: qué tío más grande. Qué clase, qué magnetismo, qué portento. Qué manera de lucir la pajarita: no conocerán a otro igual en estos entornos de la música popular, tradicionalmente un poco zarapastrosos. Y qué capacidad de impregnarlo todo con su personalidad, con un sello inconfundible y seguramente inimitable. Recuperar el trabajo de este caballero durante los setenta es un permanente sentido del asombro. Porque hablamos hoy de su segundo disco en solitario, pero grabó cinco casi consecutivos… al tiempo que sentaba las bases del rock más artístico, sensual y ardoroso al frente de Roxy Music.
Todo a la par, de manera simultánea, en un reducido puñadito de años. Y sin un solo traspié: solo una confluencia mágica de talento y carisma. ¿Cómo pudo hacer tanto, en tan poco tiempo y siempre tan bueno? Porque sus años ochenta serían también apasionantes, claro, pero mucho menos productivos; empezando por la triste noticia de que Roxy Music bajarían para siempre la persiana tras la divina ultraelegancia de Avalon, en 1982.
Ferry es de esos tipos que te hipnotizan. Y este disco, casi coetáneo de una obra maestra de los Roxy como For your pleasure, es un ejemplo maravilloso. Casi todo su repertorio es ajeno, pero Ferry no se conforma con hacer versiones: vampiriza los originales, se empapa de ellos, los impregna de él hasta la última nota. Ha grabado docenas de composiciones de Dylan, pero nuestra favorita aparece aquí: It ain’t me babe. Es capaz de adentrarse en títulos tan dispares como You are my sunshine y (What a) wonderful world y que parezcan escritos por una misma persona: él, en concreto.
Dispone de una banda demoledora, implacable, tan cruda como tórrida. Se explaya en su inusual registro agudo para Funny how time slips away. Y aporta uno de los mejores originales de toda su carrera como tema central y cierre del álbum. Una fiesta. Un regocijo. ¿Cómo negar la evidencia?
Es curioso, porque y sobre todo debido a su enorme talento y calidad, fue respetado por todos: punkis, nuevaoleros o quien quiera que fuese. Su influencia con Roxy Music es innegable. Como solista tampoco fue menor: puso en su sitio el ser elegante, tener buena voz y cantar bien (que se lo digan a ABC y todos los nuevos romáticos sin ir más lejos). Ahora parece poco (en realidad, no tanto) pero a finales de los 70 era ir contracorriente. No anda corto de talento , ni de buen gusto, pero ¿Para qué componer si hay cientos de canciones a las que versionar con maestría?
Sin duda la palabra que mejor le define es Elegancia.
Siempre seré ‘esclavo del amor’ a la obra de Bryan