Como tantos y tanto melómanos de la península (y más allá), el vallisoletano Carlos Soto descubrió la música sefardí a partir de las grabaciones e investigaciones del maestro Joaquín Díaz, y prendió en él la curiosidad por aquella España (o lo que fuera) de las tres culturas, un modelo de convivencia que nos coloca frente al espejo de un pasado medieval, remoto y nada idílico, pero en el que las diferencias religiosas no se resolvían necesariamente a golpe de daga y machete. Aquel espíritu integrador es el que alienta ahora su tercer álbum bajo el epígrafe de Castijazz, un proyecto que dinamita fronteras culturales y también estilísticas para familiarizarnos con unas conexiones que forman parte de nuestro mismísimo ADN, por mucho que a los adalides de la pureza étnica les suponga un soponcio reparar en esa naturaleza nada límpida de su torrente sanguíneo.

 

Soto, flautista y cofundador de los siempre hiperactivos Celtas Cortos, apela aquí a la memoria de los mudéjares, los árabes a los que se permitía vivir en tierras cristianas, y de paso formula su repudio explícito (Lamento por Gaza) hacia la barbarie genocida a la que el mundo viene asistiendo en riguroso directo sin que el espanto colectivo haya servido para detener la masacre. Desde esa perspectiva de miras amplias y consensuadas, Soto y sus Castijazz diseminan talento y arsenal sonoro para revivir una tradición que tenemos metida en los tuétanos, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Es imposible para cualquier castellano o ibérico no haber canturreado en alguna ocasión Esta noche ha llovido, mañana hay barro, la preciosa y más que centenaria cantinela (en origen, ¡un canto de boda sefardí!) con la que el sexteto emprende el camino con esos aires orientalizantes que aporta el ney, la flauta árabe.

 

Es solo el comienzo, porque Soto ha preparado un festín sonoro que no sabe de edades, geografías, procedencias ni generaciones, que abraza al prójimo sin más condición previa que el derecho a vivir en paz y que documenta de una manera culta pero didáctica y nada abrumadora un pasado peninsular que en sus mejores aspectos deberíamos restituir con vistas al futuro. Y entre los cómplices que confluyen en la tarea figuran algunos de los más ilustres castellanos que conocemos sobre las tablas, desde el maestro Eliseo Parra (voz en la también sefardí Oy qué casas más hermosas) al multiinstrumentista burgalés Diego Galaz (el de Fetén Fetén también se aplica con el ney para Lamento por Gaza) o el propio Jesús Cifuentes (Celtas Cortos), que se da el gustazo de asomar en ese Romance de la dama y el pastor que casi todos conocimos en los tiempos de los también vallisoletanos Candeal.

 

Soto apuntala así su perfil de investigador, divulgador y recalcitrante culo inquieto, en ese empeño por diversificar sus movimientos y prioridades que ya evidenció hace más de dos décadas cuando se adentró en la folktrónica con Awen Magic Land y que expandió el universo céltico al crear la banda El Alquimista Loco junto a otro excompañero en Celtas Cortos, Alberto García. Como no podía ser de otro modo, Barrio mudéjar ha acabado cobrando cuerpo en El Círculo Mágico, el estudio de grabación que Carlos instaló en su casa de San Miguel del Arroyo (Valladolid, 650 habitantes) y cuartel general para un ya extenso listado de producciones folclóricas con las que Soto ha expandido la buena nueva de la herencia recibida de nuestros antepasados.

 

Pero no se precisan grandes conocimientos de partida para disfrutar con intensidad de Barrio mudéjar: solo una buena predisposición, una apertura de mente que ha de filtrarse hacia los propios pabellones auditivos. La conexión, en el fondo, es esencial, como demuestra la fabulosa El kavritillo, quizá el momento más inspirado del lote: en último extremo, una retahíla infantil de las que han canturreado múltiples generaciones de niños por cualquier punto de España, reimaginada aquí por la pluma de Héctor Castrillejo, de los palentinos El Naán. Soto tira de patria chica con Barrio Delicias, carta de amor a sus orígenes en la capital pucelana y, en el fondo, música para el sueño de la diversidad y la tolerancia. No parece pedir mucho, pero todos sabemos hoy que lo es.

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