La advertencia preliminar puede parecer exótica, pero el detalle adquiere un valor que va mucho más de lo pintoresco. Darrere els horts (“Detrás de los huertos”) es un álbum registrado en una antigua granja de pollos reconvertida en estudio de grabación de dotaciones humildes y significados mucho más emocionales que tecnológicos. Anótense el dato: pronto van a comprobar cómo no tiene nada de anécdota, sino de categoría.
La nave se encuentra situada en La Torre d’Oristà, la pedanía barcelonesa de apenas 215 habitantes donde nació el firmante de esta obra singularísima y adictiva. Y ese entorno terruñero propicia que a lo largo de estos 55 minutos de música puedan percibirse –a veces de manera nítida y otras, casi insinuada– el del trino de los pájaros, el crujido de la madera, la lluvia que golpea los cristales o el traqueteo de los tractores que aran las fincas contiguas. Habrá a quien le venga a la cabeza el ejemplo de Heron, aquella banda fabulosa e ignota del folk británico que a principios de los años setenta decidió grabar en lo ancho de la campiña inglesa, sin importarle que junto a sus voces e instrumentos se colara el sonido de los trenes o los gorriones. Y en esas acontece la mágica asociación de ideas: casi al final del álbum asoma precisamente Roses grogues, versión extraordinaria en catalán de la bellísima Yellow roses con la que aquellos Heron inauguraban en 1970 su referencial primer álbum. Y asómbrense todavía más, porque ese piano que va salpicando Roses grogues con unas notas que parecen gotitas de lluvia es cortesía del hoy septuagenario Steve Jones, integrante decisivo de… Heron.
Y así, de sorpresa en sorpresa, se escribe la historia de este disco fascinante y sorprendente, mágico no solo por atípico sino por inspiradísimo. Delicado y humilde en apariencia, pequeño en sonido pero abrumador en referencias. Porque Orriols, integrante durante años de Nyandú y artista en solitario de trayectoria todavía escueta (debutó como tal con Plata, en 2023), admite y procesa influencias balcánicas, orientales, brasileñas y del folclor mediterráneo, por no hablar de su pasión por las habaneras, para acabar erigiendo un monumento inesperado y lindísimo de folk pastoral para el que no acertamos a encontrar ningún antecesor evidente en el ecosistema musical de la península.
Ferran se inspira sin duda en los grandes del folk británico de naturaleza acústica, con especial atención para ese santo grial que para varias generaciones se ha convertido el efímero pero inagotable Nick Drake. Apúntense otro detalle pasmoso: la mezcla y masterización de Darrere… ha corrido por cuenta de John Wood, el hombre que grabó los tres álbumes (Five leaves left, Bryter later, Pink moon) del desdichado bardo de Far Leys. Pero en estas canciones se filtra también un eco evidente de Beirut, incluso con algún paralelismo tímbrico entre las voces de Orriols y Zach Condon. Y la imagen de un hombre grabando un puñado de piezas íntimas y sentidísimas en un entorno rural también remite a For Emma, forever ago (2007), el fabuloso debut de Bon Iver, aunque en el caso que ahora nos ocupa no haya que lamentar ninguna hecatombe sentimental.
Integrado por la friolera de 24 piezas, de las que 14 se sitúan por debajo de los dos minutos de duración, Darrere els horts acaba propiciando una sensación de suite campestre (u hortelana) que, salvando todas las distancias, se nos quedará en la memoria como el particular Abbey road para los anales del folk estatal. Ferran abre las puertas de su casa/granja a una avalancha de amigos, multiplica la presencia de voces, percusiones, contrabajos, trompetas o guitarras acústicas, concede un protagonismo enternecedor al ukelele y acaba formulando un monumento insólito, y lindísimo, de canciones campestres, granjeras, sencillas, hermosas y atemporales. Incluso, ojalá, eternas.