Algún día tendremos que practicar una genuflexión ante los creadores de Rockpalast, el programa musical de la televisión alemana WDR que desde 1974 no ha parado de abrir sus puertas a la práctica totalidad de artistas del pop europeo que a lo largo de estas cuatro décadas largas han desarrollado un discurso coherente en la escena del viejo continente. Esta imparable colección discográfica, siempre con el documento audiovisual acompañando como DVD al testimonio sonoro, nos regala ahora la insólita comparecencia de un británico tan inusual para su tiempo que muchos lo habrán olvidado a estas alturas, pese a sus dos o tres éxitos de gran alcance en la transición entre los setenta y ochenta.
El propio Robinson se mofa en las notas del libreto, escritas esta misma primavera a los 71 años, de su efímera condición de artista con renombre. Desempolvar esta grabación del 9 de noviembre de 1984 en la localidad de Bochum sirve para refrescarnos las neuronas y redescubrir el encanto instantáneo de un hombre que afrontó de frente sus compromisos en un momento en que casi todos optaban por la ocultación o el circunloquio: miembro activo de Amnistía Internacional y de la lucha contra el racismo, no solo evitó esconder su condición sexual sino que la erigió en argumento para una de sus piezas más memorables (y perdurables), Glad to be gay.
Ese valiente y muy atípico éxito arcoíris de los últimos setenta aparece en el penúltimo lugar de este repertorio, un repaso del cancionero de nuestro rubio de Cambridge hasta ese 1984 en que andaba promocionando el último gran álbum de su catálogo, Hope and glory. Varios de los títulos destacados de ese entonces estreno (Back in the old country, Listen to the radio y, muy en particular, War baby) apuntalan la solidez de un cancionero que ya había subido muchos enteros con su obra magna, North by Northwest, de 1982. Pero también hay espacio para los capítulos esenciales de su primer grupo, Tom Robinson Band, como Power in the darkness, 2-4-6-8 motorway y el ya mencionado y orgulloso himno a la diversidad afectiva. Cuando nadie la llamaba así, sino de muchas y variadas fórmulas, casi siempre insultantes.
El sonido es correcto, aunque algo embarullado por las limitaciones técnicas y, presumiblemente, las escasas dimensiones de la sala. Y la filmación también es hija de su tiempo, sin duda, pero de un valor documental incalculable. En cuanto al material en sí, merece que lo desempolvemos de los archivos de inmediato. Tom era hijo distinguido de la new wave, aunque su estrella se apagara mucho antes que la de compañeros de generación como Elvis Costello o Graham Parker. A estas alturas de los ochenta había integrado a un saxofonista, Peter “Bimbo” Acock, con páginas muy brillantes (excelente Old friend), y una segunda voz negra, la entonces jovencísima y desconocida Alison Limerick, que acabaría despuntando junto a The Style Council y, ya en los noventa, como artista en solitario.
Perdonémosle a Robinson sus presentaciones en alemán macarrónico y quedémosnos con su carisma instantáneo (¡incluso bailando mal!), la vis sardónica que aflora en Law and order o ese irresistible divertimento jamaicano en que se convierte I shall be released. A Dylan igual no le hace particular gracia, pero a nosotros sí. Ah, otras entregas recientes de Rockpalast incluyen a Stiff Little Fingers (en doble CD, con apariciones de 1980 y 1989) y al excepcional guitarrista sinfónico Steve Hillage (1977). Nombres no muy comunes e, insistimos, necesarios.