El madrileño Héctor del Barrio ha andado trasteando aquí y allá durante décadas (Carlo Coupé, Funxplosion, Látigos Calientes), pero no ha sido hasta ahora, en la madurez de los cuarenta y tantos, cuando se ha animado a erigirse como artista en solitario bajo el simpático sobrenombre de Hache Milton. Había habido ya un tímido avance en forma de EP (La casita de fuego, 2018), cinco canciones de formato muy acústico que servían como carta de presentación entrañable, recatada y modosa, pero no es hasta este El no va más cuando disfrutamos de Héctor en su plenitud. Y este debut tardío retrata a un hombre de melomanía voraz, mirada incisiva y gustos desprejuiciados que se da el gustazo de compartir unas páginas sedimentadas en su cajonera durante trienios de militancia en la hermandad del buen gusto.
El no va más sirve así como puesta de largo para un personaje sin otras pretensiones que dar rienda suelta a las energías acumuladas durante mucho tiempo, pero con un discurso muy por encima de la media en riqueza y pluralidad. Ejerce un juanpalomismo más o menos obligado, porque todas las voces e instrumentos (guitarras, teclados, bajo, armónica, trompeta) son aquí suyas, salvo la batería y percusiones del siempre estupendo Gonzalo Maestre (Marlango, Jacobo Serra, Fon Román…). Y parece guiado solo por el prurito personal de compartir al fin una vocación que no puede ser eternamente solapada, pero no nos fiemos de su falta de pretensiones ni de su humildad sincera: El no va más acaba siendo un disco entretenidísimo y hasta adictivo.
Lo curioso es que no es el tema titular –que además abre la colección y sirvió como primer avance, el más característico del menú– su simpático corte chulesco, con ese deje casi a Rosendo, no reaparece en ninguno de los otros 11 temas y hasta puede desorientar al oyente ocasional. El Milton más rockero afina mucho mejor el tiro en la contagiosa Eh tú, que tiene deje de argentinidad e invita a su interlocutor a una drástica bajada de humos, uno de los vicios más extendidos en esta sociedad autocomplaciente y exhibicionista. Y destapa definitivamente el tarro de las esencias cuando enriquece el discurso con las enseñanzas de la psicodelia sesentera, como en las espléndidas El tiempo o Ellos, esta con un precioso deje algo más progresivo.
Termina siendo una delicia rastrear influencias aquí y allá en el amplio bagaje sentimental y sonoro del pelirrojo, que en su formulación más pop siempre nos recuerda un poco a los mejores Duncan Dhu, pero es capaz de esbozar estupendas incursiones en el blues-rock (Si te vas), el desparpajo manouche (en la muy luminosa De sol a sol: llamando a todas las agencias de anunciantes de cerveza) y hasta la bossa, en el caso de la sorprendente Dizem. Sabe mucho más Héctor, en definitiva, de lo que quiere hacernos creer. Por eso merece tanto la pena difundir su ingenio, talento y bonhomía; esa perspectiva sagaz, sobre la música y la condición humana, de quien lleva muchos días tomando buena nota de lo que acontece ante sus ojos.
Me gusta muchísimo, mucha sensibilidad
Sensibilidad a raudales, Magdalena, en efecto. ¡Gracias por escribir!