Llama a la puerta el valenciano Luis Carrillo de esa primera división de la canción de autor en la que ya, con tres discos a sus espaldas y el padrinazgo inicial de Mikel Erentxun, debería militar desde hace unos cuantos años. Y lo hace esta vez con un cuarto álbum que es al mismo tiempo balance, puesta al día y proyección de futuro, puesto que repasa los hitos de su repertorio con el ánimo de fijar su formulación definitiva y desde el aliento diversificador que ofrecen tanto los invitados especiales como la búsqueda de un estudio distinto para cada uno de los 10 cortes.

 

Raíces aporta, ya de entrada, ese buenismo franco y luminoso que le retrata bien, con un leit motiv tarareado (ese recurso infalible para las distancias cortas con el espectador), un guiño sabiniano en la letra (“Nos sobran los motivos”) y una inflexión y timbre vocales que pueden recordar a Nacho Campillo en sus tiempos de Tam Tam Go. También La duda recurre al guiño a otra letra celebérrima (“Cuando el amor llega así de esta manera”) para afianzar a Carrillo en ese arquetipo del chico tierno, sensible y dolorido, inmerso en la melancolía por la pérdida, ¡ay!, de esa chica que le interesaba y a la que no hay manera humana de olvidar.

 

La duda es el primer caso de colaboración, en este caso de Chica Sobresalto, igual que Marta Andrés se incorpora a Brazo partido, un paradigmático ejemplo de balada confesional y sentimental a la que embellecen unas cuantas tenues pinceladas de trompeta. Pero el Carrillo más convincente es el que se afianza con el costumbrismo a pie de pueblito, mar y brisa en Vinc d’un poble, cantada en catalán y con el precioso complemento de un clarinete. Matiz importante: la autoría no corresponde aquí a Luis, sino a la estupenda autora barcelonesa Judit Neddermann.

 

La manzana redunda en la triquiñuela del tarareo, esta vez con el toque terruñero y vaquero del dobro y la complicidad de Santero y Los Muchachos, convertidos ya en clásicos irrebatibles en el litoral levantino. Nos quedan ingredientes como el encanto desnudo de El grito y La corazonada, esta última acaso la mejor letra del lote; o el consabido diálogo chico-chica, quizá algo remilgado, que la presencia de Adriana Moragues aporta a El silencio. Y la puesta al día concluye con dos piezas sentidas y meditabundas, en formato de voz y piano (Septiembre) o voz y guitarra (El sendero), que refrendan una sensación que sobrevuela todo el trabajo: hay aquí mucha materia prima, aunque quizá aún no una capacidad afianzada de fascinar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *