El texano Jesse Dayton figura ya a estas alturas entre los grandes nombres de la música estadounidense más polvorienta y enraizada, pero la sobreabundancia digital y la cada vez más pírrica disponibilidad de ejemplares físicos propicia que más de una vez se nos pasen por alto álbumes que erizan la piel y merecen más de dos y tres escuchas. The hard way blues es un muy buen ejemplo de esta fenomenología, y la próxima visita española de su firmante, uno de esos paradigmas de la fiereza tierna y el pulso firme a la hora de escribir el material propio, pone en bandeja recuperar un álbum con 10 meses de vida y la longevidad suficiente para seguir escuchándolo el tiempo que haga falta.
Ventajas de la no adscripción a corrientes oportunistas o modas más o menos pintonas en un primer vistazo e inanes en cuanto se rasca un poco con la uña. A fin de cuentas, Dayton se autoproclama inspirado para estos 10 nuevos aldabonazos en figuras tan ajenas al calendario como Lightnin’ Hopkins, Mance Lipscomb y Bob Dylan, más en concreto el de la década de los setenta. Y ello garantiza tanto la remota fecha de caducidad para el repertorio como su propio eclecticismo, porque The hard way blues contradice su propio título y no es un elepé de blues-rock estricto (aunque incluye generosas dosis del género), sino que también se balancea hacia el americana, la canción de autor y la mejor cantera country de Nashville (Huntsville prison rodeo). Y todo, como bien se puede intuir, con un elevado octanaje.
Al de Texas le contemplan a estas alturas tres décadas de carrera discográfica y una docena de álbumes, pero su trayectoria repuntó con su anterior título en solitario, Beaumonster (2021), y sobre todo a partir de un título a medias con Samantha Fish, Death wish blues (2023), que exhibía la producción del ilustre Jon Spencer y le colocó entre los finalistas de los Grammy. Aquel trabajo descolocó a algún seguidor de la vieja guardia, pero Dayton reincide en la fórmula de la colaboración estrecha al escoltarse esta vez por el ilustrísimo Shooter Jennings, cuyo nombre no alcanza honores de portada pero que produce todo el material y aporta en primera persona pianos y teclados. Y es esa dúctil versatilidad de Jennings la que le sienta tan bien a un menú que abre los brazos a pasajes de blues acústico (Night brain, Baby’s long gone), baladas narrativas (Ballad of Boy Elder) y hasta maravillosos remansos de paz mecidos por el acordeón (Angel in my pocket). De las teclas se encarga Matt Hubbard: ahí queda eso.
Jesse no ha sido caballero de biografía intachable, y sobre excesos y redenciones hablan varias de estas canciones crudas, electrizantes, emotivas y a calzón quitado. Le encanta emular a su ídolo juvenil Jimmy Page, pero también sabe ralentizar el fraseo cuando la ocasión lo merece: a estas alturas de la película, no necesita ejercicios de contorsionismo para demostrarnos que lo suyo es cosa seria.