Más que un elepé al uso, una colección de canciones razonablemente coherente y más o menos afortunada, Things we have in common es un estado de ánimo. Un ecosistema singular. Un pequeño universo privado en el que disfrutar de una cierta protección, de unas garantías mínimas de sosiego. Frente al barullo y la desazón, en contraste abierto con tanto ruido e inmundicias, los daneses de Efterklang se erigen en escudo y abrigo. El propio título ya es una apelación al abrazo, a la búsqueda de consensos y denominadores mínimamente comunes: sí, podemos tener cosas en común. O, como poco, quienes nos refugiemos en estas nueve canciones percibiremos durante 35 minutos que el mundo no es un lugar tan agresivo ni hostil. Y buena falta que nos hace.

Ya desde los aparatosos sintetizadores inaugurales de Balancing stones, el título original de este disco balsámico y afortunadísimo, comprendemos que la medicina del dream pop va a acompañarnos durante la travesía y se convertirá en la pomada que alivie nuestras más resentidas articulaciones. Es una llamada a la espiritualidad y una apelación a un cierto orden cósmico que se repetirá en distintas fases del trabajo, con episodios como esa preciosidad, Leave it all behind, con evidentes valores paisajísticos y evocadores que parece pedir a gritos una escena de película en la que un tren avanza a la caída de la tarde por algún remoto y solitario paraje nórdico. Sucede lo mismo con los coros, primero infantiles y después adultos, que prenden la llama en Animated heart, el momento en que la voz de Casper Clausen suena más aguda, frágil y emotiva, como si Jónsi y el resto de Sigur Rós hubiesen pedido hora el mismo día en el estudio de grabación. Y todos esos mensajes de comunión con el prójimo y de un cierto equilibrio interno se extienden incluso más allá de la esfera angloparlante, con esa voz femenina que repite “No es temor el que quieres” (suponemos que querían decir “lo que quieres”, pero se lo agradecemos igual) en el tramo final de Plant.

 

El sonido cálido, amaderado y profundamente táctil de las guitarras acústicas no se vuelve protagónico hasta Getting reminders, que suena, con sus pinceladas de trompetas incluidas, como esa gran canción que Arcade Fire no han sido capaces de redondear porque acaba superándoles el impulso de la apoteosis y la grandilocuencia. En el caso de Efterklang, el grosor del sonido no superará las cotas de Ambulance, con su bajo orondo, pesado, y la ligera saturación de las guitarras eléctricas. Es una especie de aproximación al rock matemático, incluso con un obstinato rítmico hacia el final que encantará a los admiradores de U2, pero sin olvidarnos de que no hemos venido a Things we have in common a sufrir, sino a predicar aquella casi extinta fe de la concordia.

Ahora que celebra el vigésimo aniversario de su álbum de debut, la banda afincada en Copenhague ha querido remachar una especie de trilogía sobrevenida junto a Altid sammen (2019) y Windflowers (2021) para constatar eso que a veces propicia la edad adulta: un cierto estado de gracia. No es un disco conformista ni ensimismado, como demuestra la experimentalidad de pasajes como Shelf break y sus chispazos de electrónica minimalista. Pero sin duda es un reducto, un refugio. Y una puerta a la esperanza: To a new day, ese epílogo, no es solo una canción, sino un manifiesto. Una pequeña oración privada (¡con cascabeles casi navideños!) para elevar, cuando proceda, con cierta solemnidad.

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