Nadie esperaba una reactivación en la andadura de Jethro Tull, una banda que Ian Anderson había escondido en el limbo durante todo el siglo XXI y a la que tendíamos a dar por más que amortizada. Pero las prisas, urgencias y acelerones son un impulso característico en cuanto asoma el invierno de la vida, así que el flautista más célebre de la historia del rock insiste en enriquecer su legado y aborda, contra todo pronóstico, el tercer álbum casi consecutivo en este epílogo inesperado y agradecido a una trayectoria que roza ya la sexta década de existencia.

 

¿En qué medida merece la pena este esfuerzo de Anderson “desde la última vuelta del camino”, por tomarle prestado el título a Pío Baroja? Como era de esperar, Curious ruminant queda lejos de los grandes logros históricos de los Tull, aquellas magnas obras de los setenta (desde Stand up, en 1969, a Heavy horses, ocho años más tarde, toda la discografía sin excepción, en mayor o menor medida) que dejaron huella en la década y en el devenir de las huestes progresivas. Pero la buena noticia es que nos encontramos con el mejor álbum tardío de la banda, por encima del ya apreciable The zealot gene (2022) y del nórdico pero más bien desnortado Rökflöte, de 2023. Y todo, porque nuestro jefe de filas escocés ha conseguido sonar nostálgico, pero no agónico, y amolda sus restringidas posibilidades vocales de los últimos tiempos a un discurso que se vuelve confidente, delicado y confesional. También crepuscular, inevitablemente, pero hermoso y a ratos también cautivador.

 

El mérito radica ahí, en la habilidad del viejo Ian Scott Anderson para sacar provecho de su flanco más débil, a la vez que reedita la pegada de los buenos tiempos en los chispazos de electricidad, ingenio y vértigo progresivo de la sensacional Puppet and the puppet master o el seductor corte de aromas clásicos que da título al trabajo. En ambos casos, el joven Jack Clark hace honores a su condición de savia nueva, y en el fondo impulsa a pensar que Anderson no le ha sacado todo el provecho a esa guitarra eléctrica tan ochentera (aunque Clark por entonces fuese casi un bebé) en el resto del elepé. Lástima que las restricciones vocales del jefe de filas se traduzcan en un espectro melódico más bien exiguo, aunque cortes como Over Jerusalem o Interim sleep hacen de la necesidad virtud y obtienen un grato halo de confidencia para con el oyente.

 

Todo ello contribuye a un cierto sabor agridulce, el propio de lo que fue y ya nunca podrá repetirse. En el sentido contrario, siempre podremos apelar a la satisfacción de seguir disfrutando de un amigo que desde la infancia nos ha acompañado y hecho felices. En ese empeño por revivir lo mejor de los Tull debemos enmarcar el intento de crear una última gran suite con Drink from the same well, 16 minutos de discurso cambiante que remiten a los grandes momentos de la era sinfónico-progresiva. Que nadie se entusiasme de antemano solo por el guiño a los grandes minutajes: la introducción de flauta es entre demasiado sencilla y acaso pueril. Pero algo es algo. Y a Ian Anderson, incluso a este Anderson demediado, siempre le guardaremos un rinconcito en el corazón.

3 Replies to “Jethro Tull: “Curious ruminant” (2025)”

  1. Un disco bonito. Ya no es lo que fue Jethro Tull pero ni nosotros ni el propio Anderson somos los mismos. Un rinconcito en el corazón para él y la música que nos deja

  2. La verdad que suena muy bien . Este Ian Anderson es indestructible y sus caracteristicos solos de flauta …y esa voz tan caracteristica , el guitarrista encaja superbien y es un sonido muy cuadrado con el espiritu del grupo. Podria ser una canción del Minstrell in the Gallery, perfectamente.

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