Eso que hemos dado en llamar pop-rock australiano, y que trasciende la demarcación geográfica para convertirse en referente sonoro y estilístico, ha encontrado definitivamente en Quivers un muy ilusionante referente de frescura. A la altura todavía de su tercer álbum, el afable, dinámico y encantador cuarteto de Tasmania (aunque afincado en Melbourne) refrenda con estas 10 canciones un pulso casi impecable a la hora de cuadrar el círculo de la canción directa, precisa, expeditiva y perdurable, tan provechosa a la hora de sacudirse la abulia como de activar la circulación sanguínea. Enérgicos y expeditivos sin ser ruidosos, tarareables sin incurrir en ñoñerías: así se las gastan Bella Quinlan, Sam Nicholson, Michael Panton y Holly Thomas, que además se alternan en labores cantoras para afianzar aún más su compromiso con la amenidad.
Una obra con una apertura con tanto pulso, músculo y garra como Never be lonely solo puede disparar nuestra curiosidad. Esa genealogía australiana implica que en algún momento se nos vengan a la cabeza The Go-Betweens y, por derivación, Rolling Blackouts Coastal Fever, pero la alternancia de voz masculina y femenina también propicia momentos (Pink smoke) en los que pareciera que nos encontramos con una versión indie y sin tantas ínfulas de Arcade Fire. Y hasta se nos pueden disparar las memorias (y nostalgias) ochenteras en cuanto caigamos en la cuenta de que If only habría sido hace cuatro décadas un temazo en la voz de Martha Davis al frente de The Motels.
Así de chisporroteante, en efecto, acaba resultando este sucesor de Golden doubt (2021), una colección que no elude los temas sombríos –incertidumbres, pérdidas, insatisfacciones, amistades en cuarentena– pero los combate con una sucesión de ganchos melódicos y nervio eléctrico. Las guitarras pueden volverse correosas en momentos con tanto pellizco como Apparition o Fake flowers, pero también hay hueco para las incursiones en el pop de sintetizadores (Grief has feathers apela a una ternura vecina a la de Jens Lekman), las texturas sonoras oníricas de Cocteau Twins (Screensaver) o la cálida precisión de Oyster cuts, el tema titular, otro de esos cortes que nos permite imaginar un viaje en el tiempo de cuatro décadas: allá por 1984 le habría plantado cara a Missing you, de John Waite, en el asalto a la lista de éxitos. Por eso no podemos pasar por alto esta entrega, que nace seductora y acaba volviéndose francamente adictiva.