¿Cómo vivir sin un cuerpo? El propio título ya sirve como reflejo y anuncio de una obra inquietante, pero su materialización lo es mucho más. La cantante Emily Cross –una muchacha absorta, reflexiva, de voz dolorosamente hermosa y sosegada– y sus dos aliados multiinstrumentistas, Dan Duszynski y Jonathan Meiburg, nos adentran en un territorio brumoso, fantasmagórico y espectral, un paisaje de sombras que invita a la introspección y puede propiciar el desasosiego. How will I live without a body? es un álbum meditabundo, reconcentrado y bellísimo que no admite una escucha circunstancial o descuidada. Hay que adentrarse en él con todas las consecuencias, incluso aunque terminemos tiritando con su intrigante gelidez y sintamos que el aire no siempre acierta a entrarnos en los pulmones.
No, no hay término medio. Este álbum es un universo, una aventura en sí mismo. Su mera existencia es un milagro y las circunstancias de su gestación, una película de David Lynch. How I live… suena al disco que no les dio tiempo a acabar a los últimos Talk Talk, solo que como si Mark Hollis hubiese entregado el testigo vocal a una joven Beth Gibbons. A raíz de la pandemia, Duszynski se mantuvo en el cuartel general de la banda, en Texas, donde habían nacido los dos álbumes anteriores (el más reciente, Don’t shy away, apadrinado en 2020 por Brian Eno), pero la británica Cross puso rumbo a Dorset y Jonathan Meiburg, proveniente de Shearwater, se mudó a Alemania con la idea de investigar para la escritura de algún ensayo. El trabajo a distancia no fructificaba de ninguna manera hasta que Emily sugirió un encuentro en una vieja casa británica de piedra que había albergado una fábrica de ataúdes. Y fue precisamente eso, un féretro acolchado, el que se aprovechó como cabina para la grabación de las tomas vocales.
Sí. Un sarcófago. En el suroeste inglés. Y en medio de las nevadas colosales que obligaron a cerrar las carreteras en enero de 2023. Todo ello sucedió así. Como suena.
Y ese es el espíritu que late y emerge de esta obra singularísima, rara, angustiosa y, en último extremo, sensacional. Los ocho minutos planeantes de Broken doorbell tienen algo de Pink Floyd en formato acústico, con el sonido de batir de olas para redondear la jugada. Nada menos que dos cortes, How it starts y el propio Broken doorbell, abordan una cuestión tan poco ajustada a los parámetros del pop como la lucha contra la agorafobia. Y en otros dos cortes, el expansivo (para los estándares del trío) How it starts y el obsesivo Affinity, las letras cuentan con la participación de una gran amiga del trío, la mismísima Laurie Anderson.
Loma pueden sonar a una historia para no dormir (I swallowed a stone), a tensión expectante con trasfondo de pop camerístico (A steady mind) o a inesperada nana acústica para echar el cierre, en el caso de Turnaround. Es una obra, en suma, apasionante e inabarcable en solo unas pocas escuchas. Nadie inmerso en la vorágine debería tomarse la molestia de escuchar este elepé. Pero hacerlo es uno de los mejores regalos que nos dona este 2024.