Son tres décadas de oficio, toda una friolera, y 13 álbumes bajo la responsabilidad de este incombustible cuarteto murciano, pero le hincamos el diente a La máquina del tiempo y lo cierto es que ya no queremos soltar la presa. Existe sensación de familiaridad, sin duda, pero también margen para la sorpresa. Y una frescura admirable en cualquiera de los casos, pero más si son unos viejos amigos quienes cursan en esta ocasión la visita.
Llevaban, eso sí, cinco años sin rubricar material de estreno (A contratiempo, 2015), por lo que las ansias eran en esta ocasión mayores. Con el tiempo como denominador común de tantos episodios de su trayectoria, y título prestado en esta ocasión de H. G. Wells, ¡nada menos!, es encantadora esa habilidad marañónica para apelar a la era adulta de los Beatles y al pop-rock psicodélico de finales de los sesenta sin que el resultado tenga nada de nostálgico. Desde el más allá y, aún más, No tienes corazón, se erigen en demostraciones canónicas: hay músculo en tensión, guitarras que toman la palabra con descaro, magníficas segundas voces definiendo un paisaje panorámico. Incluso, en el caso de No tienes corazón, una muy insólita coda prestada de Nueva Orleáns, por aquello de que nunca demos por finalizada una canción antes de que el contador del cedé lo refrende.
No les favorece, a buen seguro, ni el historial abultado –ahora parecen que solo coticen al alza los rostros aniñados en las fotos promocionales– ni su condición periférica. Menos aún que este disco estuviera previsto justo para estas fechas que venimos experimentando en reclusión, tan poco propicias para formatos físicos y deleites prolongados: Los Marañones, siempre amigos de la generosidad, se acercan esta vez a la hora de minutaje con estas 13 canciones. Pero pasar este disco por alto supondría un agravio manifiesto, una injusticia bien dolorosa. Quienes hayan soñado con los viejos vinilos de los Zombies o la creatividad desbocada en torno a 1967 (¡escuchen En el mar, por favor!) se sentirán extraordinariamente reconfortados entre estos surcos. Y que no nos falten alegrías provenientes de emisores sabios. O, si de marañones se tratan, doctos.