No es ninguna recién llegada Lucy Elizabeth Dacus, que afronta el emblemático cumpleaños número 30, este mismo mes de mayo, abordando el que ya es su cuarto elepé. Pero seguro que la elaboración de este Forever is a feeling le habrá producido sentimientos novedosos durante su estancia entre las cuatro paredes del estudio de grabación: no solo representa su debut en una multinacional, sino que llega a rebufo del espectacular fenómeno en torno a Boygenius y su The record (2023), la banda junto a sus socias Phoebe Bridgers y Julien Baker que se ha convertido en uno de los más grandes e inesperados revulsivos para el pop-folk y la canción de autor. Pero lo sorprendente y meritorio es que ninguna de estas circunstancias le haya llevado a modificar la hoja de ruta a Dacus, que entrega un álbum inequívocamente minimalista, parsimonioso y alejado 180 grados del artilugio o la filigrana desde la mesa del productor.
Lacus no admite atajos en su estrategia para engatusar al oyente. La cantautora de Virginia aplica una emoción sosegada y profunda que se va filtrando de a poco por cada poro de la piel de quien escucha, que nos salpica en un gota a gota del que no somos del todo conscientes hasta que reparamos en que nos ha empapado. Hay que saborear Forever is a feeling despacio y sin urgencias, porque renuncia por completo al artificio e impone una cadencia espartana: no busquen una sola sacudida rítmica, porque no la encontrarán.
A cambio hay, claro que sí, una cascada de grandes y hasta grandísimas canciones. Encontramos el arrebato amoroso de Ankles, un vals a cámara lenta con ropaje de cuarteto de cuerdas para Limerence o el porte absorto de Modigliani, que se sostiene a través de un staccato de violonchelo y frases tan maravillosas como “Me haces sentir añoranza por lugares en los que nunca he estado antes”. Talk aporta como excepción un sonido un poco más crujiente y áspero por la aparición de las guitarras eléctricas, pero es curioso que no sirva como espoleta sino que apuesta por la línea melódica más estática (e incluso anodina) de la colección.
En esa contención, acentuada por el timbre musitado de Lucy al cantar, nos encontramos incluso con un artefacto de puro folk en el caso de For keeps, breve y mínima en su condición de balada para voz y guitarra acústica. Pero uno de los verdaderos grandes tesoros lo encontramos en el caso de Come out, que también arranca a guitarra y voz para irse armando con un refinamiento casi camerístico y deslizar un estribillo mercurial y adorable, otra vez más en ritmo ternario. Y así sucede que, en el reino de los parsimoniosos, el tiempo medio se convierte en el rey y Best guess asoma como un single extraordinario y un capítulo remotamente tarareable de la colección.
La concesión, si así puede entenderse, llega con la presencia de un invitado ilustre para Bullseye, un precioso dúo con Hozier que tampoco se aprovecha como excusa a la hora de acelerar el metrónomo. Ello solo sucede –un poco– con Most wanted man, donde la producción comedida de Blake Mills, un grande en todo lo que afronta, vuelve a consentir la presencia de guitarras eléctricas. Tómense su tiempo con Forever is a feeling, aunque la petición parezca impropia de esta era del atropello. Acabarán apreciando la (enorme) diferencia.