Bien pensado, resulta poco novedoso que un nuevo disco de Guillermo McGill refrende el nivel de exquisitez que el veterano batería lleva décadas acreditando desde la primera fila de la escena española. Transcurridos ocho años desde aquel Es hora de caminar (2016), que registró en compañía de nombres tan ilustrísimos en nuestro ecosistema jazzístico como de Javier Colina, Marco Mezquida, Juan Diego Mateos y Perico Sambeat, el artista de origen uruguayo regresa al formato de quinteto pero con una alineación radicalmente distinta, lo que le permite ampliar el radio de acción de su latido siempre ecléctico. Y en esta ocasión con el saxo tenor de Julián Argüelles y la guitarra eléctrica de Álvaro del Valle haciendo las veces de estiletes y revolucionando el trío básico que Guillermo conforma junto al piano del sevillano Chiqui Cienfuegos y la contrabajista israelí Gal Maestro, hermana del ilustre pianista Shai Maestro.

 

Son muchos quilates los que se concentran en este espacio libérrimo que propicia McGill, un hombre que tan pronto rinde tributo expreso al trompetista Kenny Wheeler (Planctone) como propicia el encuentro con el blues en el caso de Planctone, donde también destila unas gotas de bulería marca de la casa. Aunque La danza de un ángel es, como su propio título insinúa, un álbum lo bastante volátil como para que el flamenco esté menos presente que en otras ocasiones, con la excepción de esa Seguiriya azul que sirve para rematar el menú.

 

Late un trasfondo sutil de tristeza, pérdida y evanescencia en estos territorios en los que la danza, si acaso, se vuelve ensimismadaAlguna tarde bella más se concibe como homenaje póstumo a la suegra del autor– y donde la espiritualidad queda de manifiesto durante los cuatro minutos inaugurales de la obra, esos Cánticos de éxtasis que cobran forma a partir de una partitura del siglo XI atribuida a la mítica abadesa Hildegard von Bingen. Es una introducción estática, o extática, en la que la música corre al encuentro de la metafísica y se prepara al oyente para momentos de tanto voltaje emocional como La danza de un ángel, el tema titular, una balada lentísima y conmovedora. O Sabina, otro prodigio de notas largas y contenidas, de emoción alta en densidades.

 

A Guillermo McGill le avala una trayectoria ya extensísima y una solvencia académica en el Musikene donostiarra que pocos osarán discutir. Por eso no se plantea registrar álbumes circunstanciales, sino solo colecciones de cierta trascendencia. Y esta angelical danza de ahora, tan sentida y tan serena, hace bueno el propósito que McGill atribuye a una de estas ocho nuevas composiciones, No te escondas: “Es una llamada a todos, empezando por mí, para ser honestos en el más profundo sentido del término. A no escondernos. A ser nosotros mismos y evitar situaciones absurdas”. Eso mismo, traducido en música, termina siendo este elepé.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *