Espléndido como sigue estando a sus sesenta y tantos, al emblemático Warren Haynes no para de acumulársele el trabajo en los distintos frentes operativos, así que el mero hecho de que en esta ocasión haya optado por presentar la nueva cosecha en primera persona no puede ser un dato meramente circunstancial. El fundador de los siempre explosivos Gov’t Mule e integrante de los ilustrísimos Allman Brothers en su segunda etapa llevaba, pese a su naturaleza hiperactiva, nueve años sin entregar un elepé en solitario, lo que hace sospechar que hay muchas intenciones, enseñanzas y energías invertidas en este Million voices whisper hermoso desde su propio título, imponente ya desde sus misma dimensiones y mucho más poliédrico de lo que podríamos imaginar antes de desprecintar el álbum.
Million voices… es, sin duda, un disco de blues, pero no tanto como la vitola de su protagonista nos haría intuir. Tampoco llega a ser un álbum de soul, pero hay soul (sureño) a raudales. Y no se pierde en largas improvisaciones o eternas batallas entre guitarristas o ruedas armónicas de jam session, pero tampoco se da ninguna prisa en rematar las faenas, ajenos como están por completo sus artífices de conceptos tan vacuos como la viralidad, la inmediatez o las facilidades para los pinchadiscos radiofónicos.
Haynes se gusta, disfruta, asume el ideario de las grandes noches sobre las tablas y prolonga el minutaje de sus 11 nuevas canciones hasta la hora y pico, una dosis a la que podemos sumar otros 22 minutos si hemos de tener en cuenta el segundo cedé que incluye la sabrosísima edición deluxe. Y basta con asistir al diálogo entre Warren y su casi hermano Derek Trucks en la inaugural These changes para comprender que su orondo desarrollo no es un ejercicio de opulencia ni complacencia, sino una declaración de amor al oficio y al guitarreo a fuego lento.
Ese primer corte, de hecho, es sintomático sobre lo que nos ha preparado nuestro melenudo plateado de Carolina del Norte: su ardorosa sección de metales –ese voluptuoso tridente de saxo, trombón y trompeta– nos coloca bastante más cerca del Van Morrison en plena eclosión setentera que del desparrame de los Allman en el Fillmore East. Por eso es tan difícil establecer la línea divisoria entre soul y blues en buena parte del álbum, pero tampoco tenemos mayor necesidad de dedicarnos a las disecciones: Haynes porta en el ADN tanto el aliento de los Grateful Dead carnales y desbocados como el firme punto quintaesencial de The Band, un recuerdo que, ahora que ya no nos queda ni Garth Hudson en el mundo de los vivos, se vuelve más necesario y melancólico que nunca.
Puestos a categorizar, puesto que en este Susurro de un millón de voces haya una cierta vocación espiritual, e incluso la soberbia Day of reckoning (con Lukas Nelson y Jamey Johnson en la alineación), de donde justo se extrae el título del álbum, suena a oración y plegaria, a una carta de amor y esperanza hacia el prójimo. El delirio casi funk de la extensa, sinuosa y palpitante Lies lies lies/Monkey dance/Lies lies lies deja claro que Warren puede ejercer como hombre terrenal y apegado al cuerpo y no solo al alma. La herencia de Muscle Shoals está ahí, sin duda. Pero hay un destello de profundidad y redención que atraviesa todo el álbum y lleva a conceptuarlo como un disco particularmente sentido. No estamos para menudencias ni trabajos de trámite, parece avisarnos nuestro hombre, y a fe que estos susurros acaban anunciando a voz en cuello su anhelo de trascendencia.