Hemos tenido a Sydney Lyndella Ward, la muchacha que se esconde bajo la denominación artística de Sunny War, en demasiadas ocasiones al borde del precipicio; tantas que casi parece un milagro que un mal paso no la echase definitivamente a perder. Pero alcanzados los treinta y pocos, y mejor arropada de lo que acostumbraba, ha conseguido encontrar un equilibrio al menos razonable, aunque no ande aún exento de temblor. De paso, también logra canalizar la furia, la rabia y su impulsividad hasta convertirlo todo en coraje. Siguen existiendo motivos para el enfado, sin duda, pero Sunny ahora ha aprendido a transformarlos en lirismo y hasta en una cierta espiritualidad.
Ese es el proceso de transformación que refleja este trabajo de título paradójico pero esclarecedor, una simbiosis perfecta de esas dos almas que habitan bajo la piel de esta mujer contradictoria, flamígera y absolutamente fascinante de Nashville con largos periodos en Los Ángeles. Puede que aún percibamos el latido de ese trasfondo autodestructivo e iracundo, el de una chavala que vivió sus años mozos enganchada al alcohol, la heroína y la metadona y que a estas alturas es una de las poquísimas de la pandilla que sigue entre nosotros para contarlo. Pero superado quizá lo peor de la tormenta, el punk salvaje deja paso a un cóctel de folk, blues y americana entre delicioso y sencillamente adictivo. Qué menos si es un productor tan espabilado como Andrija Tokic, salido del cascarón con Alabama Shakes, quien asume la dirección de las operaciones.
War ha alcanzado al fin la paz consigo misma. Y no era fácil. “Eres un ángel, eres un demonio / y no hay rima ni razón”, reitera la pegadiza No reason, con su aire de country cantarín. El repiqueteo del banjo (¡de David Rawlings, nada menos!) marca el paso de otra pieza adictiva y campestre, Shelter and storm, definida nuevamente por las disyuntivas atormentadas. Y las habituales comparaciones con Joan Armatrading y su voz afligida adquieren toda la lógica en la reposada y excelente New day o en I got no fight, más cercana a la canción de autor por la tutela de la guitarra acústica, pero reincidente en la temática del conflicto: “¿Sobreviviré a la guerra que hay dentro de mi cabeza?”.
Los cameos como el de Rawlings no ensombrecen el papel protagónico de Sydney Lyndella, lanzada en esa determinación de colorearlo todo con pinceladas sutiles pero efectivas: la armónica de Chris Pierce en Swear to gawd y Love’s death bed, las segundas voces de Jim James (My Morning Jacket) en Earth, una pieza muy original por su aire de salmodia extrañamente adictiva. War se embala hasta los 14 cortes, de nota media elevadísima y autoría casi siempre propia, aunque con un par de excepciones muy curiosas por poco trilladas: Baby witch, de Ween, y la preciosa Hopeless, del príncipe del r’n’b contemporáneo Van Hunt, con la aparición estelar de la también mercurial Allison Russell: otro volcán a duras penas contenido. En vista del prolongado absentismo de Gillian Welch, socia habitual del mencionado Rawlings y otra referencia evidente para Sunny War, puede que en el americana les haya surgido una nueva y firme candidata al cetro.