Con ustedes, una formación catalana de jazz flamenco que comenzó con una formulación más aquilatada, pero que para encarar esta aventura se expande hasta encajar a la perfección con eso que siempre entendimos por una superbanda. Y no, el prefijo no es fruto de la hipérbole, sino del esfuerzo descriptivo. Estas 14 composiciones (aunque cuatro o cinco son más bien transiciones o interludios, así que el cómputo puede variar) son verdaderas piezas de orfebrería con las que se traducen a los compases flamencos de la seguiriya o la soleá el repertorio de uno de los saxofonistas más importantes en la historia del jazz. Este recorrido muy elaborado por la figura de Wayne Shorter, con más de 30 músicos involucrados, se concibió como un tributo delicioso y desde este pasado 2 de marzo sirve también, por desgracia, como reconocimiento póstumo, recién conocida la pérdida del revolucionario intérprete y compositor de Nueva Jersey.
La buena química entre jazzistas y flamencos forma ya parte del ADN de al menos un par de generaciones, con ejemplos abundantes de inspiración y buen tino en la confluencia. Pero Wayne Shorter goes flamenco asoma con el aplomo y la relevancia de los acontecimientos auténticamente sustantivos. Porque hay mucho fuego y mucha tierra en estos surcos, y ni una gota de agua que amenace con apagar o amainar las llamas.
Shorter fue integrante de la banda de Miles Davis y cofundador de los revolucionarios Weather Report, por no hablar de su deslumbrante obra en solitario. Ojalá que a sus 89 años esta reinvención de su repertorio llegara a tiempo a sus oídos. Seguro que le resultaba emocionante descubrir, por ejemplo cómo su Ana Maria (de Native dancer, aquel disco en alianza con Milton Nascimento) se transfiguraba en unos tanguillos de pleno derecho. No es un ejemplo escogido al azar, sino un símbolo de la feliz intersección de estilos: una inyección flamenca en un original que ya fusionaba dos culturas musicales, dos geografías y dos torrentes sanguíneos. La fusión de la fusión.
Detrás de toda esta arquitectura expansiva se encuentra la figura capital del percusionista y guitarrista Ramón Olivares, un histórico de la onda laietana y antiguo integrante de la Orquesta Platería o de la banda de Els Comediants. Él rubrica las cuatro letras que jalonan el álbum (el clásico Dance cadaverous, por ejemplo, se dota de un prólogo titulado El día que te llevo flores) y es responsable, junto al guitarrista Jordi Bonell, de la “adaptación a compás flamenco” de todo el material de partida. Pero la lista de aliados que se embarcan en la aventura resulta abrumadora, comenzando por los históricos (Jorge Pardo, Carles Benavent, Albert Bover, Gorka Benítez) y pasando por los arreglos de cuerda de Joan Albert Amargós hasta llegar a la figura decisiva de Luis de la Fefa, una cantaor barcelonés de pura cepa gitana del que se habla menos de lo que debiéramos.
La pérdida de Shorter añade un simbolismo adicional a esta gran reverencia flamenca en torno a su legado. Pero no nos dejemos llevar solo por la melancolía y asombrémonos con la reinvención, por ejemplo, de Speak no evil, un tema que en 1966 daba título a uno de los elepés más admirables de Wayne y que aquí se transforma en pura palpitación y jaleo.