Las buenas versiones son un arte, como todo en esta vida, y Los Lobos han sabido hacer de esta práctica una de sus señas de identidad. Nada como su espectacular lectura de La bamba, allá por 1987, sigue resultando más representativo en los cuarenta y pico años de historia de David Hidalgo, Loui Pérez Jr. y compañía, así que este Native sons imprime una idea no tanto de regreso como de festín. Llevábamos seis años sin noticias de los muchachos, más allá de uno de esos discos navideños a los que cuesta esfuerzo prestar atención, y este regreso en torno a los ídolos angelinos de la banda consigue imprimir una deliciosa sensación de familiaridad mientras gira en el reproductor del salón.

 

La sinergia entre inspiradores e inspirados es tal que en muchas ocasiones, si no conociéramos el original, podríamos pensar que habrían nacido de manos de nuestros protagonistas. Los Lobos siempre han ejercido su californiedad de manera militante, hasta el punto de que su fórmula de blues-rock, tex-mex y sabores latinos sería inexplicable desde cualquier otro punto del planeta distinto a Los Ángeles. La norma para este disco de versiones es que sus nutrientes provengan de la ciudad que cobija a nuestros protagonistas desde hace ya cuarenta y tantos años de andaduras. Y, claro, la química e implicación son brutales.

 

El conocimiento sobre la materia permite a Los Lobos alternar las escalas previsibles, casi ineludibles, con otras en las que ejercen de cicerones. Hay maravillosas aproximaciones a los Beach Boys (Sail on, sailor), Jackson Browne (Jamaica say you will) o Buffalo Springfield, con la fusión de dos originales impagables de Stephen Stills, Bluebird y For what it’s worth. Pero el tema inaugural (Love special delivery), sin ir más lejos, sirve como tributo a Thee Midniters, una de esas bandas chicanas que por allá fueron referenciales pero apenas nadie reconoce lejos de la Costa Oeste. Y la parte de ídolos latinos es un caramelo, con un Dichoso prestado de Willie Bobo, o el aplauso al mítico Lalo Guerrero a través de Los chucos suaves, un original que se remonta a… ¡1949!

 

“Los Lobos todavía somos Hidalgo, Pérez Jr., Rosas, Lozano y Berlin”, presumen con acento en el adverbio nuestros veteranos, orgullosos y muy encanecidos protagonistas. Pueden sentirse satisfechos, en efecto, de esta especie de autohomenaje que se extiende a la parroquia más fiel y también a la circunstancial, porque es imposible no disfrutar de un álbum tan natural, orgánico y espontáneo. Native son, el único original, no solo es espléndido, sino que parece jugar a que Los Lobos imaginen una versión de Los Lobos. Pero nada, absolutamente nada como The wold is a ghetto, el temazo de War para el que han contado con uno de sus cantantes originales, Little WIllie G., y un mito del soul tan mayúsculo como Barrence Whitfield. Sus casi nueve minutos podrían rivalizar sin titubeos con los mejores momentos clásicos de Santana. Ahí queda eso.

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