Puede que a Mike Rosenberg le acompañe ya de por vida la condición de “one hit wonder”, insólita en su caso porque el carácter intimista y retraído de “Let her go” (2012) no parecía el más propicio para conquistar las listas de medio mundo. Pero a veces los milagros suceden, y aquel álbum, “All the little lights” (que era ya el ¡quinto!), nos permitió descubrir a un cantautor de evidente calidez tímbrica y sólida formación en el folk-pop más clásico. El hombre detrás de Passenger no ha detenido ni un momento la marcha, símil que encaja bien con este “Runaway” porque está plagado de referencias a los viajes (físicos o vitales) e impregnado como nunca antes de un aroma a canción clásica yanqui. No deja de ser una geografía familiar para Mike, un tipo de Brighton cuyo padre era de Nueva Jersey, y estas diez canciones íntimas, confesionales y encantadoras le colocan afortunadamente mucho más cerca de Don McLean que de, pongamos por caso, James Blunt. Incluso no sería difícil barruntar el ascendente de Gary Louris y sus Jayhawks en pequeñas joyas acústicas como las excelentes “Why can’t I change” y “Heart to love”, las dos piezas que más ganas entran de escuchar con las ventanillas bajadas mientras nuestro viejo auto surca caminos polvorientos. Rosenberg puede que ya no sueñe con el éxito masivo, lo que se traduce en un repertorio cada vez más entrañable y sosegado, un viaje de 38 minutos que deja siempre con ganas de repetir. Y aunque “Hell or high water” parece repetir las pautas de aquella canción que le hizo popular, el entusiasmo se dispara con las maravillosas “Ghost town” (acústica y cuerdas) y la autobiográfica “To be free”: solo voz y piano para una de sus evidentes cumbres creativas.