El codiciado e infrecuente don de la canción sobrevuela las cabezas de muchos miles de candidatos, pero solo termina acariciando con su varita a unos pocos privilegiados. El asturiano Alberto García es uno de ellos, un tipo tan solvente en esto de la música popular que termina entregando un título tras otro sin apenas margen de error, como si el misterioso arte de la escritura fuese pan comido. Es ya el quinto trabajo de estudio del septeto asturiano y llama poderosamente su fiabilidad, esa solvencia a la hora de entregar canciones redondas, siempre entre buenas y muy buenas, cuyos engranajes funcionan con la precisión de una fábrica suiza de relojes. Como si ese complicado rompecabezas de letra, música y ritmo, con una historia y su desarrollo encapsulados en apenas cuatro minutos, careciese en sus manos de margen de error.
Es curioso que esta vez la sabrosura latina, una de las constantes de la casa, no comparezca con claridad hasta el quinto corte, con la cumbia que da título al trabajo. Es una onda que se prolonga a renglón seguido con Rayos y truenos, que parece tomar prestada una frase de Delilah (Tom Jones), intencionada o accidentalmente, y llega al culmen con Paloma blanca, refrendo de que también con vistas al Cantábrico se puede sentir devoción por las geografías colombianas.
Entre medias, la excelente Jacques Cousteau opta por un tiempo medio con estupendos metales de soul, otra de las especialidades de la casa, mientras que Rayito de luna se escora hacia el bolero –la cita seguramente involuntaria bordea aquí Historia de un amor– y Caer rendido remata la faena con los ojos puestos en la ranchera. Y si sumamos que Jairo Zavala (Depedro), aliado en Por el camino, lleva el carácter fronterizo incorporado de serie, está claro que la balanza vuelve a decantarse hacia el lado de la otra orilla atlántica.
Que nadie se lleve a engaño, en consecuencia, con las hechuras de Arde París, La noche del 24 y Tribu, la tripleta inaugural, que promete un pop-rock pegadizo y de estribillos ascedentes que no se corresponde bien con el resto del álbum. La extraña ordenación del repertorio puede ser cosa de Toni Brunet, flamante productor (Coque Malla, Quique González), tipo hábil donde los haya y responsable último de que La herida entre como la seda desde la primera estrofa. Alberto & García han conseguido ser adictivos además de inconfundibles, en parte también por la voz extraña, casi agónica, de Alberto, un hombre que pareciera al borde siempre de sus posibilidades cada vez que se coloca frente al micrófono. Lo de convertir las singularidades en señas de identidad es mérito de bandas grandes, y este comienza a ser un ejemplo palmario al respecto.