La reciente conmoción provocada por la presencia de Bon Iver en suelo ibérico, acaso lo más fabuloso acontecido sobre los escenarios peninsulares desde que David Byrne aterrizara en 2018 con American utopia, invita a volver la mirada hacia S. Carey. Ante ustedes, el incuestionable número 2 en el escalafón de la banda y el mejor remedio frente a la abstinencia, en vista de que Justin Vernon sigue sin ponernos deberes desde su extraño y fascinante i,i  (2019). De una manera sigilosa –casi a la manera de su propia obra–, Sean Carey alcanza ya la cuarta entrega para ese universo indie-folk en el que las manecillas avanzan al ralentí, el televisor permanece apagado, el cuarto de estar luce cálidos revestimientos en madera y el absorbente mundo interior nos hace olvidar que afuera sigue nevando. En ese sentido, la buena noticia es que Break me open vuelve a ser un disco rematadamente hermoso. La mala, que también la hay, debemos formularla en términos comparativos: en ningún caso supera las cotas de sus antecesores.

 

“Vive desde la vulnerabilidad y ama incondicionalmente”, anota en el frontispicio de la carpeta el pianista, batería y compositor de la bucólica Lake Geneva, en Wisconsin, un paraje que seguramente invite de por sí a la introspección y el sosiego, a la asunción de una ética y una estética que, en el caso de Carey, se antojan indisociables. A los pianos panorámicos los adornan aquí esbozos tenues de electrónica y segundas voces amortiguadas por efectos, muy a la manera de Bon Iver, cuya sombra gravita siempre a la manera de una casa matriz. Es imposible no amortiguar las luces ante Desolate, donde la emoción cala a la manera del más fino orvallo. E igual de inevitable resulta estremecerse con ese templo en construcción que es Dark, el tema inaugural y el más elevado ejemplo de excelencia.

 

El vocoder, otro juguetito imprescindible en el universo que comparten Iver/Carey, asoma la nariz por Paralyzed, uno de los cortes con mayor presencia electrónica, aunque sin perder de vista ni la pausa ni el carácter contemplativo de la obra, tan introspectiva como para soñar con una escucha en bucle frente a la chimenea y con los pies a buen recaudo en los calcetines de lana. Si en algún momento sufriera desafección familiar, es evidente que a Sean le brindarían cobijo instantáneo en Asthmatic Kitty, la escudería fonográfica de Sufjan Stevens, con el que comparte un timbre de voz muy similar. Por eso la única pincelada de batería, en el tema que da título al elepé, parece un sobresalto algo forzado.

 

Es muy posible que Break me open se nos escurra entre los dedos sin dejar astilla, huella o arañazo. Esa evanescencia acaba jugando en su contra: no se nos queda en la memoria. Pero durante 39 minutos quizá nos sintamos unos centímetros elevados sobre el suelo, en especial con los largos y celestiales acordes de Crestfallen. Y una experiencia así no acontece a cada rato.

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