Los Spinners, en alguna ocasión también acreditados como The Detroit Spinners, definieron como nadie las esencias sedosas y rutilantes del Philly soul durante el periodo central de la década de los setenta, aunque el salto geográfico tuviese algo de paradójico. Aquel periodo dorado, siempre al abrigo del mago de la producción Thom Bell, se prolongó casi hasta 1979 y quedó documentado en 2023 con la monumental caja Ain’t no price on happiness, extraordinaria para cualquiera que desee ampliar miras y conocimientos en aquellos años de traje, chaqueta y pajarita, una música exquisita para noches a las que nadie quiere poner fin. La continuación de aquella historia llega ahora, también por parte del sello SoulMusic y en formato de caja séptuple, y abarca los seis álbumes de estudio que se sucedieron sin desmayo entre 1979 y 1984, inencontrables casi siempre y recuperados todos en formato extendido, con temas adicionales que son o versiones reducidas de los singles (para las radios) o ampliadas y remezcladas de cara a los maxisingles de 12 pulgadas. Y como propina sabrosísima, un excepcional Spinners Live! de 1975 que sirve para hacerse una idea de cómo se las gasta el quinteto en la época anterior, cuando su entonces voz principal, Philippé Wynne, aún no se había aventurado con una carrera en solitario que, por lo demás, no acabó de llevarle a ningún sitio.

 

La media docena de álbumes que reúne y actualiza ahora Keep on keepin’ on son en general más anárquicos y dispersos estilísticamente que sus predecesores, sobre todo porque la ausencia de Bell en la ecuación propició que la banda probase nuevos derroteros con una fortuna solo dispar. La presencia del cotizadísimo productor de música disco Michael Zager explica el volantazo estilístico en Dancin’ and lovin’ (1979) y Love trippin’ (1980), dos artefactos con los que The Spinners intentaron acercarse a las pistas de baile sin perder la esencia de sus rutilantes armonías vocales.

 

Fue un experimento entre voluntarioso y dubitativo, pero la fórmula de los popurrís o canciones encadenadas arrojó algunos frutos suculentos, como Working my way back to you / Forgive me, girl, en el primero de los trabajos, y Cupid / I’ve loved you for a long time en su prolongación. Con todo, no debieron sentirse muy seguros de su nueva identidad, si reparamos en ese Labor of love (1981) que representa la vuelta a la gran balada, con independencia de que Yesterday once more / Nothing remains the same insista, por desconcertante que hoy se antoje, en la idea de los medleys.

 

Los amantes de The Spinners en versión pata negra invertirán un rato delicioso al llegar a Can’t shake this feelin’, acaso el gran tesoro semienterrado de estos años en los que el mundo parecía irse olvidando, lenta pero inexorablemente, de estos antiguos ídolos de la música negra. Con Grand slam (1982) hay que apelar más a la indulgencia, porque no hay nada en él que acabe de prender en la memoria: todo es correcto, pero escaso de sabor. Quizá esa falta de motivaciones de mayor calado explique el audaz último intento que representó en 1984 Cross fire, un álbum de grandísimas armonías vocales, sí, en extraña pero enriquecedora convivencia con sintetizadores y cajas de ritmo. Nuestros amigos de Spinners acabaron así desplazados del foco y agotaron su contrato con Atlantic en un momento de escasa repercusión, pero ese trabajo encarna un amor por la osadía que ahora, desde la distancia, se recupera con sorpresa y media sonrisa.

 

Por supuesto, cualquiera de estas consideraciones empalidece frente al empuje aplastante de la banda sobre los escenarios a la altura de 1975, como reflejan esos 70 minutos de aquel Live! en el que se percibe la excitación, el alboroto, la teatralidad del conjunto, su equilibrio entre elegancia perfecta y sudor a chorros. Es bastante insólita la decisión de abrir boca con una versión de George Gershwin, Fascinating rhythm, pero a partir de ahí solo podemos sentir envidia por quienes pudiesen presenciar de cerca un espectáculo tan ardoroso. Henry Fambrought, el último spinner superviviente, nos dejó en febrero de 2024, así que esta gozosa y oronda caja es una excusa ideal para homenajear a una formación tan irrepetible.

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