Hay discos que nacen como un ejercicio de valentía y que, en consecuencia, implican para el oyente una escucha activa, desprejuiciada y ajena a las convenciones o los apriorismos. Valerie June siempre ha militado en ese (restringido) colectivo de artistas que se mojan y se escabullen de las catalogaciones sencillas, pero en este cuarto álbum se vuelve estilísticamente expansiva y gozosamente inaprensible.
No le será sencillo a más de uno hincarle el diente a un álbum que desarrolla desde el primer minuto una profunda alergia a las definiciones y los compartimentos estanco, que parte de las músicas de raíz yanqui pero se desparrama hacia el indie sin dejar de formalizar las pertinentes visitas al folk, blues, soul, góspel y todo lo que se ponga de por medio. Da toda la impresión de que la diva estrafalaria de
Tennessee se ha conjurado para volverse definitivamente inclasificable, y esta sucesión de temas instantáneos (14 cortes, 42 minutos: un toma y daca creativo que le cortará a más de uno la respiración) se erige en un estallido de creatividad ante el que ni podemos ni queremos poner freno.
June siempre ejerció de espíritu libre, tan aficionada siempre a pasear por la tradición para reiventarse todo lo que iba encontrando a su paso. Pero estos Búhos, presagios y oráculos (premio para quien mejore un título así a lo largo de todo 2025) van más allá en lo referido al espíritu libérrimo, y puede que la presencia de M. Ward (She and Him) como productor tenga mucho que ver en esa escalada de eclecticismo a partir de ideas melódicas breves, fugaces y chisporroteantes, a veces casi fogonazos que crecen y se desarrollan con patrones de juego y repetición. Ward no dedica un solo minuto a amortiguar ese aire destartalado e indómito que brota de la garganta de Valerie June Hockett, que a veces suena a una Amy Winehouse poseída por el espíritu chillón y expansivo de Macy Gray.
El resultado es gozoso y festivo, un epicureísmo sonoro que no se atiene a razones pero demuestra desde su primer aldabonazo, Joy, joy!, que nuestra trovadora de Jackson solo pondrá un pie en la calle si es para hacernos felices. Y en ese desparpajo irrefrenable y desbocado hay hueco para que Endless tree suene a Motown del siglo XXI mientras Inside me se vuelve rockera y estridente, All I really wanna do parece un baladón que el mismísimo Smokey Robinson ya quisiera para sí y Superpower quebranta todos los pronósticos adentrándose en el dubstep.
Ward tira de agenda y convoca a The Blind Boys of Alabama o Norah Jones, nombres ilustrísimos a los que, en cambio, apenas se les encuentra acomodo porque la torrencial Valeria parece abarcarlo todo con su personalidad arrolladora. Los viejitos se suman a la breve Changed, con estructura casi de canción de trabajo, mientras que la autora de Come away with me queda relegada a las segundas voces de la también escueta, sentimental y adorable Sweet things just for you. Pero no se pierdan el festival en que Owls… se convierte en su último tramo, con la pesarosa, linda y casi desafinada I am in love, la vaquera pero evanescente My life is a country song y, sobre todo, Love and let go, ese monumento a la resiliencia, bellísimo y de combustión lenta, que sirve para echar el telón. Owls, omens, and oracles es un álbum con mucho más que 21 gramos de alma, pero ni un microgramo de autotune. Una enormidad.