Lo de estos chicos es, vuelve a ser, algo muy grande. Puede que todavía un poco más, lo que a la altura de un cuarto disco significa ya un refrendo casi definitivo para la pequeña gran historia de nuestra música popular. Resulta difícil no intuir en Mismo sitio, distinto lugar un regusto a legítimo orgullo (“Ha sido mágico haber llegado aquí sin un solo talismán”, en la inaugural Deséame suerte), una mirada introspectiva de la que estos seis tipos madrileños salen más que airosos: se han dejado el pellejo, han alcanzado las cotas más altas sin padrinazgos ni más mercadotecnia que sus canciones, han crecido sin reincidencias, incluso han lidiado con ese cainismo tan españolísimo y hoy solo podrían negarles el pan y la sal los más cerriles.

MSDL supone un paso adelante colosal, lo que tiene muchísimo mérito cuando ya se transita por las alturas, y un ejercicio maravilloso de militancia melómana por parte de unos creadores que solo anhelan ejercer como tales. Nunca habían escrito los vetustos una letra tan diáfana como La vieja escuela, declaración de amor sin rodeos a nuestros ídolos caídos, a los músicos con los que forramos carpetas y corazones, a esas planchas negras de vinilo que siguen girando, pese al complementario auge digital, y volteándonos las cabezas (por cierto: mejor hacerse en este caso con la versión LP, puestos a disfrutar). Y nadie, ni los más musiqueros, había hablado tanto en España sobre unos estudios de grabación, pero ellos ejercieron de mitómanos entusiastas a la hora de poner rumbo a los Hansa berlineses, el mismo reducto donde Bowie urdió su oscura y fascinante trilogía o U2 reescribieron su singladura en los tiempos de Achtung baby.

Vetusta Morla maneja aquí “las riendas de un nuevo corcel”. Y aunque leeremos mil veces la palabra “reinvención” para referirse a estas diez canciones, otro importante valor añadido es que suenan, indiscutiblemente, a sus propios firmantes. Hace mucho que VM dejaron de ser “los Radiohead españoles” y ahora son un género en sí mismo, un capítulo aparte. Capaces de entregarse a la salvaje mordacidad de Palmeras en La Mancha, lo más hilarante y malévolo que han escrito jamás, o de mecernos a ritmo de vals en la ultrasensible y bellísima 23 de junio, que enlaza con esa faceta lirica (Profetas de la mañana, Alto) que no siempre se atrevían a colocar en primer plano. Aquí hay bastantes baladas y medios tiempos, de hecho, pero también la fulgurante descarga krautrock de Te lo digo a ti o la sagacidad de El discurso del rey. Es su disco más breve, apenas 40 minutos, pero también es el que tiene más tela que cortar. Alabados sean.

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