Un disco que abre fuego con una pieza de casi nueve minutos no puede ser un mal disco. Ha de corresponderse, como mínimo, con un artista valiente. Y “La raíz eléctrica”, segunda entrega con nombre propio de Raúl Rodríguez, corrobora esa tesis entre melómana e intuitiva en toda su extensión. Más cuando la apertura, “La lengua corta”, parece morir en un par de ocasiones, pero renace como una gloriosa victoria del ritmo, el pálpito, la música, la vida. Así es Raúl: vital, necesario, puro oxígeno. Lo lleva en la sangre (mamá es Martirio), en los dedos (endiablados, pero nunca dedicados a la mera acrobacia) y hasta en la garganta: no es un gran cantante, y más en comparación con sus atributos como instrumentista, pero canta con verdad en las cuerdas vocales. Amigo del mestizaje y los lenguajes de la frontera, como su portadista (Mariscal) y el no menos ilustre prologuista (qué bien escribe Santiago Auserón), Rodríguez nos lleva por el son y el flamenco, por África y el rockerío desmelenado, por las percusiones generosas (la base rítmica es la misma que la banda de Eliseo Parra) y los amigos de postín: el hombre que canta en “Let the rhythm lead” es un tal Jackson Browne. Y todo ello, acabemos por contarlo bien, con una presentación de libro-disco rutilante. En realidad, un objeto tan hermoso que no sabes con certeza en qué estantería colocarlo. Que todos los problemas sean esos.