A la altura de su décimo álbum, que se dice pronto, esos cuatro aliados inexpugnables que siguen siendo Santi Balmes, Julián Saldarriaga, Jordi Roig y Oriol Bonet se sienten con toda la legitimidad de entregar uno de los álbumes más terrenales, cotidianos, emotivos y epidérmicos de todo su historial. Los lesbianos han celebrado sus bodas de plata frente a los focos, pueden considerarse supervivientes de toda clase de vicisitudes y, lejos de pasadas solemnidades o de discos abierta o vagamente conceptuales, solo aspiran a extender la buena nueva de la resiliencia, la complicidad y la melomanía como el más poderoso de los argumentos fraternales. “Una canción a tiempo es lágrima medicinal”, dispara Balmes en ese manifiesto de apertura, Canción de emergencias, que sirve como declaración de intenciones. Está claro que no vamos a cambiar el mundo, vienen a decirnos los barceloneses, entre otras cosas porque tiene muy mal arreglo; pero unos cuantos abrazos estrechos y unos guitarrazos en su sitio ayudarán en gran medida a hacernos mucho más enriquecedor y llevadero este tránsito por la vida.
Así de mundanas y directas son las intenciones de LoL en este trabajo que es casi un manual psicológico de anhelos menguantes y escepticismos manifiestos que confluyen cuando el marcador biológico nos coloca en los cuarenta y muchos. El cuarteto no necesita de estímulos espiritosos para proclamar su particular exaltación de la amistad con nada menos que cinco colaboraciones de postín, tantas como cortes pares suma el elepé: Amaral (¿Qué vas a saber?) y Leiva (La champions y el mundial) son complices en dos temas absolutamente adictivos, uno de discusiones casi camelescas y el otro para propiciar un subidón de autoestima que nunca viene mal, mientras que Rigoberta Bandini (Contradicción), Zahara (Tesis) y Jorge Drexler, en La herida, presentan la rara y común virtud de seguir sonando a sí mismos en temas ajenos. Pero la moraleja está clara: los amigos suman y no hay nada como la hermandad de la música para recorrer el camino. De ahí el énfasis de otro himno manifiesto, La hermandad, aunque su efusividad melódica y argumental (“Un rayo cabrón de honestidad me lleva a la verdad: que os quiero a mi lado muchos años. Viva la hermandad”) se queda a un paso del exceso tabernario.
Es una cuestión de matiz, en todo caso, porque Santi Balmes sigue agrandando aquí su figura como colosal contador de historias y observador de nuestras ridículas costumbres cotidianas y pautas de comportamiento (“La gente que lo tiene todo muy claro me pone muy negro”, “Voy a torcerme la puta espalda de preguntarte y preguntarme qué nos pasó y, lo que es aún peor, cómo lo empeoramos”), y además redondea en Ejército de salvación, el emocionantísimo corte central, la interpretación acaso más afortunada y sentida que ha salido de su garganta en todo este cuarto de siglo de carrera. Y todo ello, con la minuciosidad sonora que apuntalan, en esa misma canción, en Tesis o Una conversación pendiente, las muchas horas de vuelo y la supervisión de unos productores, Ricky Falkner junto a Santos & Fluren, que aman el detalle pero no se inmiscuyen en lo que no les compete.
Hay, en definitiva, mucha letra pero también mucha música en uno de los trabajos más afortunados de los lesbianos que nos vienen a la mente, una obra entretenidísima, instantánea y de grandes versos memorables que también se permite extravagancias como ese capítulo final, Ya sale el sol, enrevesado como una canción intensita de rock argentino. Love of Lesbian son resilientes, pero en esta ocasión se reivindican, ante todo, como necesarios.