Nada puede ir mal en un disco que se abre con los casi tres minutos de prólogo instrumental de Juniper, un bálsamo de guitarra acústica y crepitares varios que parece servir como un Google Maps sonoro: reubiquémonos en un paraje para el sosiego, tiremos el móvil en lo más hondo del cajón y dejemos los ojos entornados y los oídos abiertos de par en par.
Red River Dialect provienen de Cornualles, el condado celta en el extremo suroccidental de Gran Bretaña; su mar es el que acoge esa Roca de las Gaviotas (Gull Rock) que reluce en portada y da título a una de las piezas. Y el influjo céltico, a partir del llanto asilvestrado de ese violín omnisciente, es una constante a lo largo de los siete cortes (relajados, meditabundos y brumosos, pero nunca mohínos) del trabajo. Nos encontramos ante la cuarta entrega de RRD, que ahora han crecido hasta la fórmula del sexteto, aunque son las canciones y la voz tristona y delicada de David Morris las que acaban por configurar este microcosmos delicado, morriñento e intensamente lírico y evocador.
Para hacernos una idea, Morris canta como un Mike Scott (The Waterboys) apesadumbrado y se enrola en la aristocracia del folk-rock británico: no estamos ante un disco cualquiera, sino ante la virguería de un orfebre. Nos habla David sobre la pérdida paterna, pero también afronta cuestiones como la comunión con la naturaleza o las búsquedas interiores de esos equilibrios tan necesarios. Y el resultado emociona tanto como reconforta. Porque Broken stay… hace del tiempo una variable más pausada y, sobre todo, más provechosa.