Cuesta seguir pensando en The Smile como un proyecto paralelo, una banda alternativa o un pasatiempo circunstancial cuando esta segunda entrega de la nueva alianza entre Thom Yorke y Jonny Greenwood –con el fabuloso batería Tom Skinner, de Sons of Kemet, a modo de argamasa– ha tardado menos de dos años en materializarse mientras que las últimas noticias discográficas de Radiohead, por más que nos disguste recordarlo, se remontan a aquel A moon shaped pool de 2016. No descartemos nunca un regreso furtivo, inesperado y fulminante, porque la impredecibilidad y la sorpresa siempre formaron parte del código genético de nuestros sesudos muchachos de Oxford, pero asombrémonos mientras tanto con la dimensión que adquiere esta aventura no ya ocasional, sino abiertamente fascinante. Porque Wall of eyes es a buen seguro un álbum más complejo, oscuro y reconcentrado que A light for attracting attention, pero lo que entonces parecía casi frugal se ha vuelto ya concienzudo. Y, ahora sí, con los cimientos bien afianzados en los territorios más conmovedores que saben transitar sus protagonistas.

 

La estrecha cercanía temporal entre A light… y Wall… permite traer a la memoria aquel histórico tándem que representaron en su momento Kid A (2000) y Amnesiac (2001), una dupla en la que su exponente más tardío ahora vuelve a ser más ensimismado e introspectivo, pero en último extremo también de una mayor densidad conceptual y sonora. Porque no estamos ante un álbum instantáneo, pero sí endemoniadamente hermoso para el que Yorke encuentra algunas de sus mejores melodías y sollozos de los últimos lustros. Que tiene una dimensión más orgánica que su predecesor, quizá porque el componente jazzístico gana peso en la mezcla. Y para el que Greenwood refrenda más que nunca su condición de vástago soñado por Robert Fripp: basta escuchar sus laberintos de arpegios en Read the room para comprender que las enseñanzas de King Crimson nunca llegaron a caer en saco roto.

 

En esa búsqueda de un sonido más terroso cabe encuadrar la presencia de Sam Petts-Davies, la mano derecha de Yorke para su excelente banda sonora de Suspiria (2018), en la silla hasta ahora casi inamovible de Nigel Godrich como productor. Petts-Davies refrenda los envoltorios orquestales que aquí y allá aporta la London Contemporary Orchestra, pero en general se comporta de un modo menos intervencionista que el sexto Radiohead. Y eso afianza la tersura, por ejemplo, del tema titular (e inaugural), con su aire a bossa nova onírica, o el rock con derivaciones a Sgt. Pepper’s de ese monumento a la belleza titulado Bending hectic, ocho minutos con los que The Smile llegan tan alto y tan lejos que ya no necesitamos pensar más en la banda primigenia.

 

Y nos queda aún Friend of a friend, que, aun desde el desasosiego habitual, se adentra en la ternura. O el pellizco de rock matemático para Under the pillows. Que no se demore nadie: no hay tiempo que perder en elucubraciones inevitables, pero innecesarias. Porque The Smile es ya, inequívocamente, un prodigio de pleno derecho. Y los siguientes pasos de sus artífices son inescrutables, pero la dimensión actual de la aventura solo puede invitar al optimismo.

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