Entre la virología y la geopolítica no nos quedan ahora mismo muchas oportunidades de mirar a ese otro lado afable y soleado de la vida, pero este nuevo disco de The Lumineers nos recuerda cariñosamente, ya desde su denominación, que siempre hemos de encontrar unos minutitos de tiempo para la ternura. Brightside es por ello un título elocuente para un álbum pequeño, en sus mejores acepciones: escueto en su media hora escasa de duración (¿nos estamos acostumbrando a los discos algo rácanos en minutaje?), luminoso sin un solo atisbo de grandilocuencia, bello en su apuesta por lo quintaesencial y descomplicado en su búsqueda de la complicidad y el placer. Todo ello, en abierto contraste con su antecesor, ese III (2019) de planteamiento casi temático y aire mucho más ambicioso.

 

El mucho tiempo libre sobrevenido durante la era pandémica les ha servido al cantante y guitarrista Wesley Schultz y al pianista y batería Jeremiah Fraites para volverse más precisos y emotivos en su escritura. Muchas de estas nueve piezas de los de Denver resultan ejemplares por arquitectura y engranaje, cinceladas en torno a la voz emotiva y muy hermosa de Schultz, que se retuerce en la franja de los agudos y hurga en el escalofrío cuando amenaza con quebrarse a la hora del falsete. Y a toda esa lucidez adquirida a lo largo de la última década (se cumplen ahora justo diez años de Ho hey, aquel pelotazo de 2012 que no se quedó, por fortuna, en mero one hit wonder) aplica su algodón el gran Simone Felice, elección excelente para producir con emotividad y concisión, sin alharacas.

 

Todo ello apuntala un trabajo esperanzado y bondadoso, pero sin sobreactuaciones. Más afín al tiempo medio que a la aceleración, eminentemente folkie aun desde su instrumentación de rock clásico (solo hay algún atisbo de violín en cuanto a sonidos tradicionales), evocador de tiempos menos enrevesados. Aquellos en que podíamos sintonizar A.M. Radio, por ejemplo, o entregarnos a canciones que, como Where we are, abren boca a partir del estribillo y reinciden en él con el alborozo de quien ha encontrado unas pocas notas que animan a la sonrisa.

 

Pasarán, antes o después, las penalidades, y quedarán pequeñas maravillas como Birthday, una felicitación que empieza evocando los paisajes de Ryan Adams y termina cantarina, risueña y casi beatle, con cortes de batería que podría firmar Ringo y un cierto aire a Carry that weight. O Big shot, con su estribillo de pocas notas y emotividad desbocada. O Rollercoaster, meditabunda y contenida como todo el último tercio del álbum, aferrada a ese piano de pared que tanto expresa desde su humilde caja de resonancia. Cuando nos flaquee el humor, Brightside se erige en un prodigioso bálsamo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *