Entre la serenidad, tan necesaria; la belleza, siempre deseable; y la resiliencia, ahora que tanto se invoca esta cualidad. He aquí las directrices que parece haberse marcado el bueno de M.C. Taylor para emprender su camino de regreso a los estudios, un hábito que –bendito sea– no ha perdido ni en los peores momentos. No renunció a lamerse las heridas hace un par de años con Terms of surrender, crónica cruda, intensa y a calzón quitado sobre la pérdida de nuestros seres más queridos y el gélido filo de la depresión y el vértigo existencial. Y no quiere dejar de curarse ahora, ante nuestros ojos, con un disco plagado de tiempos medios y una instrumentación adorable.

 

Quietly blowing it es el cancionero de un hombre enclaustrado entre sus cuatro paredes, como el común de los mortales a lo largo de 2020, y el testimonio de la incertidumbre, la sorpresa, el estupor y la inquietud, pero también el refrendo de que nada como la música puede reconciliarnos con la certeza de que, hasta el último día, habremos de seguir abriendo el ojo y dando un saltito cada mañana. Y este cancionero no precisa nunca de hundir el pie en el acelerador para resultar cálido, cómplice, generoso como un abrazo prolongado. Taylor se siente en estado de gracia a la hora de desplegar guitarras eléctricas y acústicas, órganos suaves, leves armónicas, arreglos nada ostentosos de metales y segundas voces que siempre tienen algo de letanía. Algo de oración.

 

El soft rock de los años setenta viene a la mente de inmediato (Glory strums, The great mystifier), pero también autores sensibles e inteligentes tan brillantes como A.J. Croce (sí, el hijo del inolvidable Jim Croce) o Jesse Harris. Ese trasfondo de religiosidad laica, si así se quiere concebir, estalla en todo su esplendor en el delicioso capítulo final, Sanctuary. Pero antes ha habido ocasiones de deleitarse, incluso recrearse, en el primor pausado, folkie y a ratos vanmorrisoniano de páginas tan adorables como Painting houses o Way back in the way back.

 

Como en aquel viejo título del amigo Van, nuestro querido Michael Taylor alza la (media) voz para reconfortarnos. No tenemos el gusto de haber coincidido con él, pero parece evidente que sería un extraordinario compañero de piso.

 

 

 

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